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En cuestión de seis meses, Tidawhitney Lek creó ocho cuadros y dos instalaciones para House Hold [De casa], su exhibición inaugural del pasado febrero en Sow & Taylor. Camboyana-americana de primera generación, Lek suele incluir elementos de su cultura en sus cuadros. Relatives [Familiares] (2022), un tríptico a gran escala, se compone a partes iguales de las manifestaciones de la imaginación de la artista y la descripción de sus experiencias al crecer en un hogar multigeneracional en Long Beach, California. La distorsionada perspectiva de la densa composición no deja claro dónde empiezan y terminan las zonas interiores y exteriores del hogar —los miembros de la familia y los objetos se aglomeran en las capas del espacio—. Una prima de Lek está de pie, sosteniendo su cabeza en las manos, justo al margen del centro (¿sollozando?, ¿riendo?), mientras que otra de sus primas tuerce la cabeza sonriente hacia arriba como si intentase echar un vistazo al espectáculo. (La convulsión y la quietud suelen convivir en armonía en la obra de Lek). A la derecha, en un jardín vallado, una figura se arrodilla en oración, tan solo sus pies y su espalda resultan visibles. Macabras manos de uñas acrílicas surgen de ollas de cocina, aparecen por detrás de una puerta que no parece llevar a ninguna parte, y ofrecen una rosa en el plano principal. Bidones de agua de quince litros y una bolsa de plástico de Ralph atada esperan en el último peldaño de una escalera de cemento; tres varas de incienso atraviesan un racimo de plátanos. Como ciudadana estadounidense de primera generación en Los Angeles, y siendo de edad similar a la de Lek, me sentí atraída por unas composiciones abigarradas que capturan a la perfección el caos que conlleva la vida en un hogar multigeneracional en el que las líneas entre los espacios públicos y privados se difuminan y las fronteras son a menudo inexistentes.
Al tiempo que las últimas pinturas de Lek son ciertamente vibrantes, también se enfrentan al oscuro pasado camboyano. Los padres de Lek huyeron del brutal régimen de los Jemeres Rojos liderado por el primer ministro Pol Pot, quien cambió el nombre del país por el de Kampuchea y declaró el año 1975, momento en que comenzó su reinado, como Año Cero. Lek es la sexta de siete hermanos, de los cuales los dos mayores nacieron en campos de refugiados en Tailandia y Filipinas. En la década de los 80 la familia de Lek inició su éxodo hacia los Estados Unidos y Lek nació, y se crio, en la diáspora camboyana de Long Beach.
A lo largo de nuestra conversación hablamos acerca de las presiones que conlleva la vida como artista de primera generación. Criada en una cultura de dolor heredado que entiende el silencio como medio de supervivencia, Lek pretende romper con ese ciclo de trauma generacional a través de su creación artística y dar comienzo, así, al proceso de curación.
Tina Barouti: El régimen de los Jemeres Rojos colapsó en el año 1979, que es, de hecho, el mismo año de la Revolución iraní. Estos momentos políticos cambiaron el curso de la historia y de nuestras vidas. Ahora nos encontramos aquí, viviendo en nuestras respectivas diásporas de Los Angeles. Tenemos experiencias similares. Habrá quien argumente que explorar la bifurcación identitaria mediante el arte se ha convertido en un cliché, pero yo pienso que sigue siendo importante.
Tidawhitney Lek: No debería ser un cliché. Es interesante que saques esta línea política temporal. Creo que son los paralelismos los que nos ayudan a comprendernos bien los unos a los otros. De hecho, no sentí la necesidad de explorar mi identidad hasta que obtuve mi grado en BFA.
TB: ¿Qué fue lo que cambió? ¿Viajaste a Camboya?
TL: No exploré la violenta historia de Camboya hasta 2016. Hasta ese momento luchaba por comprender lo que significaba ser artista. Mis profesores en Cal State Long Beach me animaron a ver mundo, así que pasé seis meses estudiando en la Tianjin Academy of Fine Arts en China. En aquel entonces mi madre se encontraba en Camboya, por lo que era el momento ideal para hacer una visita.
La mayor parte del tiempo que estuve allí me limité a permanecer sentada en silencio. La gente le preguntaba a mi madre por qué me mantenía tan en silencio y, como sabía el suficiente jemer como para contestar “¡puedo hablar!”, me dejaban en paz. Pasé largos ratos escuchando a mi madre explicar cómo fue Nom Penh hacía décadas, con sus casas de paja y sus tejados de hojalata. Me sentí tan insignificante en un mundo tan grande. Mi perspectiva más amplia se hizo más grande y yo me volví más pequeña.
TB: ¿Se podría decir que tuviste una epifanía?
TL: En realidad mi epifanía llegó antes, en 2014, cuando viajé a New York. Tuve la oportunidad de visitar muchísimos museos y me di cuenta de que sabía muy poco sobre arte. Me propuse absorber toda la historia de la que fuese capaz y comprender todas las corrientes artísticas del siglo XX. Quería entender qué era lo que hacía que pintar se convirtiese en pintar.
Ni siquiera percibía pintar como una carrera aunque muchos me hubiesen dicho desde joven que tenía algo. Estaba recibiendo unas becas y comencé a sumergirme en la abstracción. Todo el mundo me decía que pintar no me llevaría a ninguna parte, pero me dirigí a Dios y dije: “Voy a hacer esto, tan solo mándame una señal”.
TB: Antes de nada, me resulta sorprendente oírte decir que te enfocaste en la abstracción cuando tu obra es tan figurativa. En segundo lugar, ¿quién te decía que no podías ser pintora? Tal y como yo lo veo, ese es el discurso de un padre inmigrante.
TL: Eso es exactamente lo que fue. Las expectativas de la familia. Bueno, sobre la abstracción, encontraba dificultad a la hora de articular e identificar lo que quería contar en mis cuadros. Cuando me gradué, la que había sido mi profesora, Siobban McClure, me ayudó a encontrar un trabajo como asistente de arte. La experiencia me ayudó a poner los pies en la tierra y me permitió hacerme con un estudio en Los Angeles, donde comencé a construir cuadros. Digo “construir” porque siempre pienso en los cuadros como en una estructura. En mi mente ya sé cómo va a ser el producto final y cuento con todas las piezas necesarias, tan solo tengo que ensamblarlas.
El artista para el que trabajé de asistente era absolutamente figurativo, y yo nunca me había permitido la oportunidad de intentarlo. Me dije a mí misma: “Acabo de graduarme, nadie me conoce, y no hay nada en el horizonte”. Pasé dos años de verdadera deconstrucción de mí misma. En 2019 ya sabía quién era como pintora y me sentía confiada en mi espacio. Aunque la cuarentena del 2020 fue como un período de incubación, y mi trabajo no se vio afectado, aquel año no contaba con ningún dinero en mi cuenta del banco y, el día de mi cumpleaños, robaron mi conversor catalítico.
TB: Llueve sobre mojado.
TL: Cierto. Pero lo sentí como si Dios me estuviese diciendo que algo positivo se avecinaba. Pocas semanas más tarde, Forrest Kirk apoyó mi trabajo. Luego conocí a otro coleccionista llamado AJ Rojas. Poco después conocí a Greg Ito. Sow & Taylor, Taymour Grahne Projects y Luna Anaïs Gallery me ayudaron a pasar el 2021. Ahora estamos en el 2022 y tengo una exhibición en solitario.
TB: ¿Qué se siente al llegar a este punto?
TL: Es maravilloso. Una bendición. Aunque he de decir, sigo hambrienta.
TB: Me preocuparía oírte decir lo contrario.
TL: Siempre hay algo más cocinándose. Vuelvo a sentir como si mi espacio se me estuviera quedando pequeño de nuevo.
Como persona del Sudeste Asiático he de enfrentarme al hecho de que no hay un gran espacio para nosotros. Realmente no he tenido ningún artista de referencia al que admirar. No había nadie. La mía es una comunidad que se enfrenta a problemas. Por ejemplo, la pandemia hizo mucho daño en Cambodia Town. Las tiendas se vaciaron y se tapiaron. No hemos podido celebrar el desfile de Año Nuevo en los dos últimos años1. Sin embargo, creo que estamos prosperando en otros aspectos. Tenemos a nuestra primera concejala camboyana en Long Beach, Suely Saro, y una cantante-escritora emergente llamada Satica. Veo a mi gente y pienso: “Sé lo que estáis intentando hacer aquí. Estáis hambrientos como yo”.
TB: ¿Eres capaz de hablar con tu familia sobre lo que supone la experiencia de pertenecer a una primera generación camboyana-estadounidense?
TL: En la dinámica de mi familia no se habla mucho sobre nuestra historia.
TB: Creo que muchas comunidades de inmigrantes son conscientes de que su estatus en este país es precario. Y, encima de todo eso, hay mucho miedo, vergüenza y trauma generacional.
TL: Es todo lo que mencionas. Dios mío, son tantas las cosas que estoy destapando. No se daban muchas explicaciones y nunca entendí por qué mi familia se comportaba de la manera en que lo hacía. Simplemente se me decía que me aguantara y fuese obediente.
TB: Entonces, ¿tu familia nunca te habló del conflicto en Camboya cuando estabas creciendo?
TL: No. Puedes preguntar a muchos jóvenes camboyanos de mi generación. Sus padres no hablan de la guerra.
TB: ¿Tienes la posibilidad de sentirte enfadada o triste, o te ves forzada a sentirte agradecida? Personalmente, siento que mi capacidad de reflexión es un privilegio, mientras que puede que mis padres, mis abuelos y mis antepasados hayan estado viviendo en modo de supervivencia.
TL: Creo que esa es la parte que mi familia no logra comprender. Como camboyana nacida en América te encuentras con que tienes que hacer frente a un montón de problemas que ellos no pueden entender. Tu familia se siente feliz de poder ofrecerte una vida mejor, pero, por otro lado, pueden resentir el hecho de que estés viviendo sus más alocados sueños mientras que ellos, como bien dices, se encuentran en modo de supervivencia. Para más inri, está el extra añadido del género. Como mujer no tienes permitido quejarte. Así que te entiendo perfectamente. Si husmeaba y hacía preguntas, me mandaban callar. Es a través de los cuadros de House Hold que estoy logrando mantener esas conversaciones necesarias, íntimas y reales que no puedo tener con mi familia. Así que ¿a quién recurres tú con tus emociones?
TB: ¡Tengo un psicólogo!
TL: Yo recurro a mis cuadros. ¡Les lloro! Estos cuadros, créeme, hablan conmigo porque nadie más lo hacía.
TB: ¿Cuáles son algunas de las conversaciones que tienes con los cuadros de House Hold?
TL: Bueno, la exhibición se titula House Hold porque se enmarca en el hogar y en las experiencias de lo que sucede tanto en sus espacios interiores como exteriores. Muestra un trasfondo de violencia que, obviamente, proviene de nuestra historia. La Guerra de Vietnam, el régimen de los Jemeres Rojos y la participación del rey Sihanouk son una parte importante de la conversación. En un primer momento, comencé a desandar los pasos de la migración de mi familia y de la historia de Camboya para un proyecto público de arte en Long Beach. Cuando mi familia se marchó del Sudeste Asiático en la década de los 80, terminaron en un barrio con gran presencia de bandas. Yo nací en la década de los 90, en medio del boom tecnológico, al que hago referencia en Monitor (2021). Saqué la imagen de referencia para el cuadro de fotografías familiares. Mi madre no quería que mi hermano se viese involucrado con las bandas, por lo que lo animaban a quedarse en casa jugando con el ordenador.
En Remember the War [Recuerda la guerra] (2022) también he incluido el icónico juego de ordenador Minesweeper [Buscaminas]. Lo incluyo porque, antes de que Nixon saliese de la guerra, había plagado la región con minas explosivas y, hoy en día, la gente sigue buscándolas.
TB: Siento mucha curiosidad por el motivo de las manos en tu obra, tanto en los cuadros como en las instalaciones.
TL: Las manos eran una estrategia. Quería presentar una figura sin incluirla realmente. Tenía mucho interés en añadir un toque femenino, de ahí las uñas acrílicas.Tienen un aspecto muy macabro —algunas son verdes y otras azules—. Quería que representasen el trauma de la guerra, la violencia y el desplazamiento. Las manos salen de la pantalla del ordenador, de detrás de las puertas, de la tierra y los muebles. Me gusta que las cosas sean ambiguas. Es decisión del espectador ver el vaso medio lleno o medio vacío.
TB: Me he dado cuenta de que juegas con distintos momentos del día en una única composición. Además, parte de la vegetación parece tropical, como si estuviéramos en Camboya, mientras que las palmeras y las puestas de sol son la pura esencia de Los Angeles.
TL: Me alegro de que lo hayas captado porque hay esta idea de encontrarse en dos lugares a la vez. También represento espejos como método para jugar con el plano del cuadro. Existes en un espacio y, de repente, eres transportado a otro distinto. Un momento estás mirando dentro de la casa y al instante siguiente te encuentras fuera. En Relatives, primero ves un horizonte para encontrarte, seguidamente, enfrentado al suelo. Me gusta crear estos retos en mis cuadros.
TB: Hablas mucho sobre tu relación con Dios y puedo ver muchas referencias religiosas en tus cuadros. Háblame de tu fe.
TL: Me apoyo en Dios para ser capaz de manejar los tiempos. Mi madre practica el budismo y tengo parientes cristianos por parte de padre. Estoy rodeada de monjes, luz de velas e incienso constantemente. En Altar (2021) pinté el lugar donde mi madre pide bendiciones y reza por el bien en el mundo. En Bless Us [Bendícenos] (2021) retrato a un monje que viene a bendecirnos dos veces al año. Llena un cubo de Lowe con agua, perfume y pétalos de flores. Nos sentamos frente a él y repetimos sus cánticos. Tras esto nos da golpecitos con la mezcla del agua. Cuando mi madre vino a ver la exhibición, me contó que les había visitado el día anterior.
TB: ¿Cuál fue la reacción de tus padres al ver tus obras?
TL: Visitaron mi estudio este año por primera vez, y eso que decidí dedicarme a la pintura hace ocho años. Existe una barrera idiomática con mi madre que nos impide comunicarnos bien. Creo que, sobre todo, se sienten orgullosos de que me dé para pagar mis facturas.
TB: Suena como si no estuviesen emocionalmente interesados en tu trabajo.
TL: Exacto. No solemos hablar de trauma generacional o de nuestra historia en la familia. No creo que sean capaces de discutir verdaderamente lo que pasaron, o de comunicar sus emociones. Cuando empecé con las obras, hace cinco o seis meses, tenía la sensación de que los cuadros iban a ser lo suficientemente poderosos como para sacar a la superficie todos estos asuntos. Realmente creo que lo consiguieron. Sinceramente, estos cuadros son como anotaciones en un diario, o como unir los puntos en la historia de mi familia. No podía hablar con nadie, así que hablé con los cuadros.
Esta entrevista se publicó originalmente en Carla número 28.