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Mucho mucho antes de que Peter Voulkos y otros artistas californianos hicieran estallar las visiones convencionales de la arcilla, los humanos utilizaban este material para negociar sus coordenadas en el tiempo y el espacio. La antigua mitología egipcia, por ejemplo, sostenía que el dios Khnum moldeaba a los bebés humanos con arcilla antes de colocarlos en el vientre de su madre. Este patrón aparece en multitud de historias de la creación: los primeros seres humanos son moldeados por un creador a partir de tierra y agua, tal vez secados al sol y luego animados con vida. En la tercera bienal de arcilla del Craft Contemporary, acertadamente titulada Wayfinding [Señalética], los polémicos diálogos entre arte y artesanía quedan atrás en favor de preocupaciones más primarias: aquí, la arcilla se presenta como un punto de conexión material entre los seres humanos, los ancestros y la tierra, y aborda cuestiones existenciales en torno al linaje y la supervivencia.
Instaladas en los tres pisos del museo, las obras expuestas abarcan desde grandes instalaciones de suelo y pared hasta diminutas esculturas de sobremesa. A diferencia de las dos anteriores bienales de arcilla celebradas en el museo, en esta edición todos los artistas participantes viven y trabajan en California, una decisión curatorial que subraya el interés de la muestra por la conexión con el lugar. Y, aunque la preocupación y el cuidado por el mundo natural están indudablemente presentes en la exposición, lo que emerge es la afirmación de la arcilla como un poderoso medio para reconsiderar la posición cosmológica humana. Si el complejo del dios masculino blanco del capitalismo colonial extractivo ha alejado a la humanidad de nuestro contexto terrestre, las obras de Wayfinding sugieren que quizá, como los creadores de nuestras leyendas, podríamos mezclar tierra y agua para ayudar a reconstruir las conexiones con la tierra y la estirpe en un proceso de cocreación, no de dominación.
Muchos de los artistas de Wayfinding dan más importancia a la colaboración que al control, ya sea utilizando la arcilla para canalizar conexiones espirituales y ancestrales o interactuando directamente con otros organismos vivos. Este último enfoque es más evidente en cinco esculturas de tamaño medio del artista y micólogo Sam Shoemaker. Dentro de estas estructuras de cerámica, Shoemaker ha cultivado con maestría variedades de hongos reishi (Ganoderma lingzhi) reales que crecen hacia arriba y hacia fuera. Tony Hawk Pro Skater (2022), la más arquitectónica de las obras, se asemeja mucho a los rectángulos apilados y de bordes suaves, las ventanas escalonadas y los soportes salientes de una casa de adobe hopi. De su “tejado”, “ventanas” y otros orificios crecen brillantes brotes de reishi que suscitan preguntas abiertas sobre la autoría, la coexistencia y resultados desconocidos. Es difícil saber si Shoemaker, su estructura de cerámica o el propio hongo son los que más controlan la composición final.
Una de las series más cautivadoras de Wayfinding es la de Lizette Hernández, compuesta por siete abstracciones montadas en la pared que son aproximadamente simétricas y se cuelgan una al lado de la otra a la altura de los ojos. Cada obra surge de la construcción de una losa y se convierte en volantes y pliegues dimensionales que se enroscan alrededor de su plano central de arcilla. Presionadas por los dedos en configuraciones con forma de caja torácica, algunas están perforadas en la pared con pequeños clavos de acero en columnas vertebrales similares. Cada una de ellas ha sido cocida con la técnica Raku, un proceso que tiene sus raíces en el antiguo Japón; en la versión occidental de este método, las obras se sacan del horno cuando aún están calientes, rodeadas de material orgánico inflamable, como serrín, y se les priva repetidamente de oxígeno. Los efectos superficiales resultantes son impredecibles, con colores que van del azul intenso al cobre y el oro, todos moteados de luminosidad metálica. El método de cocción da a cada pieza la sensación de estar quemada, mágica y viva, como si fuera una reliquia indestructible de la Tierra. Al renunciar al control de su proceso creativo, Hernández se compromete no solo con su material sino con la propia “lógica” natural de la Tierra, una colaboración salvaje entre artista y naturaleza.
Si Shoemaker y Hernández dialogan directamente con la imprevisibilidad de los procesos orgánicos, multitud de artistas de Wayfinding utilizan la arcilla como una forma de hablar simultáneamente a —y con— la tierra y la herencia ancestral. Paz G utiliza la superficie de sus vasijas como cuadernos de bocetos cargados de emoción. Con dibujos, retratos y textos manuscritos en inglés y español, las obras conmemoran colectivamente a sus antepasados y su tierra de origen, Chile. La Sangre Roja Del Copihue (2020) es una forma esmaltada en negro mate, construida a mano, con tres asas que sobresalen, en la que aparece un retrato de la abuela de la artista y el texto “Maria Ines Jacques / El poder de intención”. Jugando con la idea del contenedor, esta vasija sirve para “transportar” al presente el recuerdo de la antepasada de la artista. De este modo, G invoca a su abuela como colaboradora tanto en el sentido más específico como en el más amplio: en primer lugar, como persona que creó literalmente las condiciones de la existencia del artista y, en segundo lugar, como presencia material y espiritualmente integrante de la propia obra.
Wayfinding reivindica que la arcilla no solo es un medio relevante en el arte contemporáneo, sino quizá el más adecuado para abordar las intersecciones entre identidad y ecología, temas que en los últimos años se han convertido en piedras de toque culturales cada vez más vitales dentro del arte contemporáneo. El proceso de trabajar la arcilla implica una interacción directa con los elementos de la vida —la tierra y el agua— y, como uno de los modos de expresión más antiguos, ya está en diálogo implícito con los orígenes de la humanidad. La arcilla, que a lo largo de la historia del arte occidental ha sido tachada de utilitaria, decorativa, “demasiado terrenal” o, sencillamente, poco actual, parece haber estado aquí esperando a un público dispuesto a hablar —sin timidez ni ningún viso de ironía— de la pertenencia del ser humano a la Tierra como un proceso de cocreación entre la tierra, los seres vivos y las vidas que nos preceden. Lo más emocionante es la sugerencia de que no podemos hablar de arcilla sin hablar de la materia misma de la vida: la tierra y el agua, sí, pero también nuestros orígenes, mitos, recuerdos y el continuo proceso de colaboración para la supervivencia.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla número 33.