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El 18 de febrero de 2021, el rover de la NASA, Perseverance, llevó a cabo su esperado aterrizaje sobre el suelo del Crater Jezero en Marte, un área que los científicos creen que estuvo inundada de agua hace unos tres mil millones de años. El rover, del tamaño de un automóvil, está diseñado para pasar, por lo menos, un año sobre Marte (alrededor de 687 días terrestres) dedicándose a la exploración de la geología de su lugar de aterrizaje con la esperanza de descubrir signos de antigua vida microbiológica. Sin embargo, y de acuerdo con el comunicado de prensa de la NASA, el rover de 2,7 mil millones de dólares no se dedicará exclusivamente a recopilar información sobre la historia geológica de Marte1. El Perseverance también dispondrá las bases para las misiones subsiguientes, “examinado nuevas tecnologías que beneficien al futuro de la robótica y de la exploración humana en Marte”2.
La mayor parte de los artículos que he leído sobre la misión transmiten un profundo optimismo que se maravilla ante la bravuconería tecnológica, la perspectiva de hallar vida en Marte, o ambas dos. “1%”, un video publicado por el movimiento Fridays for Future de Greta Thunberg, resume mis cínicos sentimientos ante este tipo de narrativas. Presentado como la sátira de un anuncio para la promoción del turismo, el video se mofa del fanatismo que se ha generado en torno a Marte. Tras explorar las virtudes de mudarse a un “planeta impoluto”, el video termina con el siguiente mensaje: “Y para el 99% que se quedará en la Tierra, más nos vale que solucionemos lo del cambio climático”3. El anuncio se hace eco de las preocupaciones que han mostrado otros activistas sobre su miedo ante el hecho de que el espacio se esté presentando como una mercancía de lujo, alcanzable solo para los ultrarricos.
En su exposición en solitario Above Below [Arriba Abajo] en el Blum & Poe, la artista interdisciplinar Sarah Rosalena Brady abre agujeros en la heroica narrativa de la exploración espacial, contextualizando la carrera a Marte en un cuento autoritario —uno que conlleva el riesgo de repetirse en la conti-nuada historia del colonialismo y la devastación ambiental—.
La exposición, que incluye obras que van de textiles a cerámicas hasta objetos de impresión 3D, fue organizada de forma independiente por Mika Yoshitake como parte de la iniciativa Galleries Curate (una colaboración de la era pandémica desarrollada entre un grupo de galerías internacionales)4. Me sentí inmediatamente atraída hacia la serie de tapices de doble cara que parecen flotar en varias de las esquinas de la galería como si desafiaran la atracción gravitatoria de la Tierra. Recordando mapas topográficos, las series representan escarpados paisajes en ocre oscuro que se ven interrumpidos por cuencas de azul medianoche, crestas moradas y blanquecinas brumas. Los diseños evocan por igual la aridez y el exceso cósmico, teletransportando al espectador a un paisaje que abarca lo real y lo artificial. Cuanto más me acercaba a los tapices, más mezclada se presentaba la geografía como una interferencia de rojo y azul en la que el terreno colapsaba contra un enjambre de puntos y líneas abstractas.
A menudo, Brady fusiona de forma atrevida las técnicas artísticas indígenas con la IA. Para esta serie, programó telares de Jacquard para que tejiesen imágenes satélite del hielo provenientes del Orbitador de Reconocimiento de Marte, una nave espacial que ha estado estudiando la atmósfera del planeta rojo desde 2006. El telar convirtió los píxeles en hebras, una inversión que interroga de forma sutil la interpretación de la naturaleza como datos y puntos de extracción. Los exuberantes textiles de Brady, que recuerdan a los tejidos de Huichol creados a partir de telares de cintura, transforman estos mapas espaciales en un material fibroso. A lo largo de una conversación de Instagram en directo con Yoshitake, Brady describió su obra como “máquinas reimaginando paisajes”5, pero en vez de reforzar su lógica colonial, sus máquinas diluyen sus fronteras en materiales de la tierra, con un terreno que se niega a ser categorizado y aplanado. Aliándose con la intrincada red de hebras se conjura la corporeidad del terreno, narrativas disruptivas que lo proyectan como un recurso inerte. Marte no es un planeta inmaculado, listo para ser cosechado; posee sus propias historias y procesos que debemos honrar si queremos evitar las violencias del presente, en las que los negros, los indígenas y las comunidades marrones continúan siendo los más vulnerables ante los efectos adversos del cambio climático.
Transposing a Form [Transponiendo una forma] (2020), una serie de cerámicas exhibidas a lo largo de cinco plataformas de diversas alturas, combina la técnica de enrollado con la impresión 3D. Con colores oxidados y vetas grises, la arcilla de estas obras parece provenir de nuestro propio desierto californiano, cuando en realidad está hecho a partir de tierra sintética marciana (creada para imitar la superficie del planeta en los estudios científicos). Algunas de las formas, que asemejan alargados cuernos de fonógrafo, se apilan —al estilo de los tótems— unas encima de otras. Una escultura, atípica entre las de la exhibición, se dobla sobre sí misma como si se hubiese derretido por efecto de un calor extremo. Juntas, estas esculturas hacen un gesto a los vasos ceremoniales y a los sistemas epistemológicos indígenas a los que acompañan, como es el caso del animismo, según el cual todos los objetos y fenómenos naturales poseen un alma. Mediante la unión de la tecnología contemporánea con la tradición indígena, Brady reconfigura el cableado de nuestra relación con la tierra y su historia.
Los objetos cerámicos híbridos de Brady, con sus estrías en relieve que recuerdan a los desiertos pixelados representados en sus tapices, nos devuelven a la tierra en vez de separarnos de la misma. A pesar de la integración que hace de tecnologías aeroespaciales y futurismo, las obras inspiran una profunda conexión espiritual con la Tierra y los organismos que la acompañan. Brady trata las máquinas como espíritus tecnotramposos que reescriben las narrativas de conquista generadas en torno a la geografía y el espacio. Nos presenta arcillas habitadas por almas inquietas y mapas en sintonía con las texturas del polvo y el hielo, apuntando a las perspectivas que han sido eliminadas de las historias que enmarcan la colonización espacial como el Destino manifiesto de nuestra era-milenio.
Los escritos de Allison Noelle Conner han aparecido en Bitch, Hyperallergic y Triangle House Review. Vive en Los Angeles.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla número 24.