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Esto es lo que me viene a la cabeza cuando escucho la palabra “evasión”: novelas romanticonas, sobreactuaciones dramáticas, comedias de enredo, vacaciones paradisíacas, fugitivos. Etiquetar un producto como “de evasión” es catalogarlo como un entretenimiento y acusarlo de dejar de lado el mundo real a favor de lo banal de la fantasía. Estoy hablando de las películas de la Gran Depresión, los estudios de cine producían comedias sobre la alta burguesía y ostentosos musicales dirigidos a aplacar a una audiencia que se enfrentaba a las consecuencias devastadoras de la crisis financiera. En lugar de encontrarse con una narrativa que reflejara su situación de desempleo y pobreza, los espectadores eran transportados a través de bellezones en traje de baño y apuestos galanes.
Gracias a la desastrosa gestión que la administración Trump ha realizado de la pandemia del coronavirus, se han disparado la tasa de desempleo y la precariedad financiera. En el momento de escribir estas líneas, más de 150.000 personas han muerto a causa del coronavirus en Estados Unidos, con un número de hospitalizaciones desproporcionado entre las poblaciones negra, indígena, latina y las comunidades más desfavorecidas. La Covid-19 ha expuesto una disparidad racial que señala los fallos sistémicos de industrias aseguradoras como la sanitaria, la educativa y la de la vivienda. Este fracaso se ha hecho patente en los movimientos de masas que se han producido contra las prácticas policiales abusivas en contra de la población negra a raíz de los asesinatos de George Floyd, Breonna Taylor, Tony McDade y un gran número de olvidados. Ha sido confuso ser testigo de dos crisis entrelazadas (la de un virus hasta ahora desconocido y la de la supremacía blanca) desde la soledad de mi apartamento. He intentado estar conectada a través de las redes sociales, artículos y llamadas con amigos y familiares, pero siempre ha habido un momento en el que la continua lectura de desgracias e incertidumbres se hacía insostenible.
Últimamente, he estado repensado sobre mi acercamiento inflexible a las nociones de separación y comunidad gracias a la muestra online Películas para la evasión, un conjunto de películas seleccionadas por la cineasta y DJ Alima Lee en colaboración con el Women’s Center for Creative Work (WCCW). En el transcurso de cuatro semanas, Lee ha presentado obras breves de cuatro cineastas negras y queer: Sarah Nicole François, Rhea Dillon, summer fucking mason y Jerome AB. Como conjunto, la muestra explora temas como el amor androide, la vigilancia, las miradas reconstituyentes y la cicatrización de heridas por parte de una comunidad. Películas para el aislamiento siguió a esta primera muestra de Lee y se proyectó en la página web de WCCW en abril y mayo. Mientras que Películas para el aislamiento reflejaba el impacto generado por un mundo patas arribas, Películas para la evasión señalaba el espíritu revolucionario generado por el movimiento Black Lives Matter.
Estas cuatro películas tratan sobre la problemática de la que se han hecho eco los manifestantes, incluyendo el cómo alimentar una comunidad que se enraíza en el amor transformativo y el cuidado mutuo. También exploran el vínculo voluble que tenemos con internet —un elemento vital de conexión entre todo este distanciamiento social— y es una mezcla de juego, radicalismo, apoyo, miedo, anarquía y surrealismo. Summer fucking mason describe su trabajo Velvet Rain (Lluvia de terciopelo) (2019) como un collage conceptual zombi que medita sobre la mirada vigilante del hombre blanco. El metraje de un acróbata negro con unos helados ojos azules se superpone con las imágenes de gente blanca besándose o corriendo. Un clip de Family Feud se muestra de fondo mientras el presentador Steve Harvey espeta: “Di algo que sepas sobre zombis”. Un concursante responde alegremente: “Son negros”. El largometraje de mason se pregunta acerca de cómo escapar de una mirada que proyecta su propia monstruosidad.
Rhea Dillon se desplaza de esa mirada del hombre blanco por completo en The Name I Call Myself (El nombre con el que me llamo) (2019), una tierna instantánea sobre las comunidades queer, trans y de género no binario en la Inglaterra negra. Su trabajo captura el sentimiento de afirmación que se da cuando se pertenece a una familia de propia elección a la vez que explora los efectos alienantes con los que lidian los individuos que sufren discriminación por el color de su piel o su orientación sexual. De igual manera que Dillon y mason, Jerome AB utiliza numerosas pantallas en su trabajo Masculine Ken on the Secret We Share (Ken masculino en el secreto que compartimos) (2018), donde replica las espirales digitales que se dan cuando se busca cicatrizar unas heridas que no se basan en los sistemas de supremacía blanca, una masculinidad tóxica o los estigmas culturales. El video imita la experiencia de caer en una madriguera virtual empalmando clips de una variedad de fuentes, entre ellas Dr. Phil, la TED Talk de Sangu Delle sobre desestigmatizar la ansiedad y la depresión, la serie de la cadena Fox Empire y unas grabaciones tomadas con un móvil del colapso que tuvo Kanye West durante un concierto en 2016. Masculine Ken, un alias que usa Jerome AB en sus actuaciones de manera recurrente, interrumpe el flujo de estos clips con imágenes de él mismo, en los que se encuentra de pie o bailando tranquilamente, algo que contrasta con el metraje. Estas películas me han impactado enormemente. No podemos considerar que evadirse sea sinónimo de huir de la realidad: puede crear un puente de unión. Yo me sentí menos sola cuando estaba viendo estos largometrajes, me mantuve a flote por su resistencia y su empeño en mostrar los matices de una narrativa de cuidados y responsabilidad.
Mientras que las películas que han sido mencionadas anteriormente señalan el apoyo mutuo que se puede recibir por las comunidades en medio de una pandemia global, Soft (Suave) (2019), de Sarah Nicole François, se centra en la necesidad de que haya más juegos orgiásticos de evasión. Esta animación digital, que, en un primer momento, fue encargada por la plataforma alternativa 4:3 para una serie de películas de temática erótica femenina, muestra las intimidades metálicas de un trío sexual transformativo. La cámara gira en espirales, revelando a dos mujeres fundidas en un exquisito abrazo. Las amantes son dos mujeres de color, de grandes pechos y caderas anchas. Sus ornamentos son futuristas: marcas jeroglíficas, uñas acrílicas excesivamente largas, alas de ángeles. Una tercera mujer, con el cabello plateado y flexible, se les une y los tres cuerpos se convierten en un charco de éxtasis y transcendencia.
Psicodélico y sexy por igual, los explícitos actos de Soft aparecen como restaurativos, una visión de intimidad que está ausente en la mirada blanca heteronormativa. François celebra la sexualidad femenina como expansiva y temperamental, algo que la académica y escritora Saidiya Hartman describe como “una evasión o escape de los límites del sujeto”1. En sus libros Wayward Lives, Beautiful Experiments (Vidas rebeldes, preciosos experimentos) (2019) y Scenes of Subjection (Escenas de subordinación) (1997), Hartman traza las consecuencias de la esclavitud en los Estados Unidos, centrándose en la vida de las mujeres negras que ha sido borrada o vilipendiada por los archivos históricos. Argumenta que, después de las plantaciones, las comunidades negras se encontraron cercadas en ciudades que tenían sus propias regulaciones crueles. Para Hartman, la evasión no es una distracción, sino una cuestión de supervivencia, un deseo de liberación, un modo de rebelión.
Así, “escapar al confinamiento global, a los espacios asfixiantes y claustrofóbicos”2, escribe Hartman, es (literal o simbólicamente) un rechazo a la lógica y a las condiciones del terror sistémico y de la represión. En este sentido, Películas para la evasión es una conversación con otras imágenes de evasión de artistas negros, incluyendo las fábulas especulativas de Octavia Butler, las espiritualidades intergalácticas de Sun Ra y los cursos acrobáticos libidinosos del documental de Leilah Weinraub Shakedown (Chantaje) (2018). La selección que lleva a cabo Lee para su serie Evasión recobra las posibilidades revolucionarias de esta misma palabra, invocando las huidas improvisadas representadas por artistas negros como un modo de transcender la opresión, la violencia y la muerte.
La evasión se cimenta en la imaginación. Debemos despegarnos de lo que creemos que sabemos para poder soñar con mundos liberados, donde el poder de las estructuras autoritarias quede desmantelado, ausente. Las películas a las que me he referido no niegan la realidad, sino que promulgan una posibilidad subversiva, trazando puentes hacia la propia determinación y la rebeldía. Películas para la evasión busca y concibe las zonas de placer que existen más allá de la objetivación y la vergüenza. Cada metraje contiene momentos de un movimiento salvaje, de rechazo a un confinamiento que insiste en que permanezcamos dóciles y sumisos. Aunque la serie haya terminado, sigo teniendo recuerdos agradables de Soft, en la que modelos en 3D empujan, eyaculan y chupan con alegre desenfreno. Entre el goteo constante de noticias violentas que confirma la continua indiferencia con que la sociedad trata a las mujeres negras —sobre todo a las mujeres negras trans—, la película de François genera un espacio de vulnerabilidad radical y amor, donde la fantasía es, al mismo tiempo, una rebelión, un espacio de escape y una visión de un matriarcado utópico. La evasión nos recuerda que un lugar cerrado puede ser variopinto —existiendo en nuestras mentes, deseos, comunidades y en la cicatrización de nuestras heridas—, pero evadirnos nos puede enseñar a cada uno nuestro propio sentido de la libertad y nuestros límites.
Este ensayo se publicó originalmente en Carla issue 21.