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La primavera pasada la artista Kelly Akashi, afincada en Los Angeles, viajó a Venecia, Italia, y a su isla contigua, Murano, para realizar una nueva obra para Life Forms [Formas de vida], la exposición inaugural de verano de Barbati Gallery. Situada en el interior del Palazzo Lezze, el espacio ofrecía un refrescante refugio en el corazón del abrasador Campo Santo Stefano. Murano es un lugar conocido por su papel innovador en la historia de la fabricación de vidrio europea, y Akashi trabajó con fabricantes de vidrio soplado de la comunidad para producir las esculturas de vidrio soplado incluidas en su exposición. Las formas sinuosas y serpenteantes de estas esculturas aprovechan la capacidad del vidrio para mudar, enroscarse e imitar el mundo natural, especialmente la vibrante biodiversidad de su flora.
Las esculturas de Akashi sitúan a los seres humanos en el contexto de estos agentes no humanos, lo que implica una cohabitación y un equilibrio de las formas de vida —en la obra de la artista, las manos y las figuras coexisten con la iconografía inspirada en las plantas, formando un sistema de apoyo e interdependencia—. Esta noción es paralela a sus asociaciones con artesanos locales —dentro de una comunidad de sopladores de vidrio en la que el intercambio de conocimientos es un principio, el trabajo en equipo es indispensable y la colaboración es intrínseca—. Siguiendo el medio del vidrio hasta uno de sus epicentros históricos, la exposición de Akashi trabaja para socavar la idea de “maestría”, abrazando en su lugar la humildad y la curiosidad al buscar el alimento continuo del proceso, el material y la comunidad.
Modelada a partir del suelo del Palazzo, la losa de terrazo incluida en Floret (todas las obras de 2022) modelaba acertadamente la destreza colaborativa de Akashi. La pesada y elevada losa se convirtió en una mesa que soportaba cinco objetos de vidrio soplado realizados con la ayuda del maestro soplador de vidrio Matteo Tagliapietra. Incorporaron técnicas tradicionales del soplado de vidrio de Murano, como la murina y el merletto, para crear patrones únicos basados en especímenes de células vegetales. En un gesto de alusión a la famosa cultura náutica de Venecia y a la arquitectura de los canales, la cuerda de los barcos locales unió estos “floretes” esféricos en un ecosistema de formas polinizadas.
En la tenue primera planta Akashi cubrió, literalmente, la forma humana con flores. El vestíbulo del Palazzo estaba flanqueado a ambos lados por moldes de bronce montados en la pared de las manos de la artista —un motivo al que vuelve con frecuencia en su obra— que sostenían unas formidables bombillas de cristal como ofrendas flotantes (Life Forms). En el centro del espacio, un relieve de un cuerpo humano estaba envuelto en bronce tejido, como una manta con peso hecha a medida. Titulada Heirloom [Reliquia], la manta de bronce se construyó a partir de un proceso intrincado y por capas: Akashi fundió la manta con flores de crochet y “tejió” la forma mediante una meticulosa soldadura. La pieza recuerda a las Siluetas (1973–80) de Ana Mendieta, una serie de obras de tierra en las que la artista imprimía su cuerpo en diversos paisajes naturales, sus siluetas huecas a veces llenas de fuego, agua o flores. En Heirloom, la forma humana es inseparable de su envoltorio floral —las flores de bronce contornean el cuerpo, cuyas características humanas definitorias quedan ocultas a la vista.
En el nivel superior de la galería, las escasas escenas repartidas por las luminosas salas imaginaban aún más las conexiones humanas con el mundo no humano, al mismo tiempo que colaboraban con el entorno construido. En un estante de una pequeña sala se encontraba April 2022 – Scarpa Graveyard; Murano (Matteo); Buona Pasqua Giudecca; Pearl [Abril de 2022 – Cementerio de zapatos; Murano (Matteo); Feliz pascua, Giudecca], un molde de bronce de la mano del artista sosteniendo delicadamente materiales extraídos de varias zonas de Venecia: una pieza de tela, una flor de cristal verde y negro, una única perla blanca y trozos de rocas y edificios rotos colocados unos encima de otros como estratos geológicos. La mano de bronce funciona como un recipiente para los objetos recogidos en la ciudad, creando un archivo sin pretensiones que infiere la experiencia de Akashi con la memoria cultural local. El contraste entre el entorno construido y el mundo natural pone de manifiesto la intervención humana en la naturaleza a escala urbana.
El vidrio es, en cierto modo, el maestro por excelencia —podemos someterlo a nuestra voluntad, pero los resultados finales están fuera de nuestro control, reflejando nuestros intentos de controlar la naturaleza—. Esta ilusión de control es cada vez más evidente en el contexto del Antropoceno, en el que los hiperobjetos de nuestra creación, como el cambio climático, ejercen fuerzas que amenazan con causar estragos tanto en los espacios naturales como en los artificiales. De este modo, las obras recientes de Akashi giran en torno a formas dispares pero interconectadas de conocimiento colaborativo. Recurriendo a la tradición para participar en un linaje comunitario de la artesanía, y al mismo tiempo recogiendo información de la vasta inteligencia del mundo natural, Life Forms tomó forma como una oportuna hazaña de colaboración. Así, estas colaboraciones —entre humanos y entre especies— son ahora más esenciales, ya que reconocemos tardíamente que el nuestro es un mundo compartido, moldeado por las mismas fuerzas, entrelazado por un destino colectivo.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla numero 30.