Our advertising program is essential to the ecology of our publication. Ad fees go directly to paying writers, which we do according to W.A.G.E. standards.
We are currently printing runs of 6,000 every three months. Our publication is distributed locally through galleries and art related businesses, providing a direct outlet to reaching a specific demographic with art related interests and concerns.
To advertise or for more information on rates, deadlines, and production specifications, please contact us at ads@contemporaryartreview.la
La instalación multisensorial de Cauleen Smith The Wanda Coleman Songbook [El cancionero de Wanda Coleman], escenificada en la 52 Walker de New York, fue una revitali zación sinestésica del legado de Wanda Coleman y su relación con California. Considerada la poetisa laureada oficiosa de Los Angeles, Coleman escribió poemas —agudos y llenos de ingeniosa franqueza— que magnificaban la precariedad de su vida y de la sociedad en general con una rabia saliente parecida a la de una cantante de blues. La presentación que Smith hace de Songbook rinde homenaje a la obra de Coleman y transporta su esencia de Los Angeles a New York a través de una reproducción sensorial de L. A. La exposición toma referencias de diseño de diversos signos y regiones angelinos en forma de iconografía proyectada, un rastro en zigzag de alfombras persas, sofás de dos plazas grises y una cabina de DJ inspirada en los estudios de grabación.1 Un video panorámico de cuatro canales de paisajes urbanos de L. A. recorría las paredes de la galería, mientras el ruido del tráfico y de los helicópteros se mezclaba con las canciones que sonaban desde un disco de vinilo producido para acompañar la exposición. Para este disco, Smith invitó a una cohorte intergeneracional de músicos experimentales a reinterpretar los poemas de Coleman a través de canciones. Songbook es, pues, un proyecto atmosférico que tiende puentes entre varias décadas: el disco transforma la obra de los artistas negros de vanguardia en un índice de historias orales, una crónica del L. A. negro que alarga su vida en medio de amenazas de borrado. Sin embargo, al limitar la accesibilidad del documento auditivo en su centro, la exposición no aprovechaba completamente su rico potencial social.
Los canales de video separados y reproducidos en bucle proyectados en cada pared se fundían en tomas de nostálgicas vistas de California. Imágenes románticas de los libros de Coleman se disolvían en escenas nocturnas de gente de clase trabajadora tomando el autobús; escenas diurnas
de contenedores de transporte grafiteados se unían con una toma de un cartel de “I Buy Houses / Fast Ca$h” [Compro casas / Pago inmediato]; la silueta inmóvil de un cuervo perseguía los movimientos constantes de Cadillacs clásicos deslizándose por el asfalto. Una fragancia fresca, que evocaba el espacioso Griffith Park de Los Angeles y que Smith encargó a un perfumista, llenaba la galería mientras las escenas de ridículos atardeceres teñían de rojo toda la sala. La ternura de la cinematografía de Smith mezclada con las audibles interpretaciones musi cales de los vibrantes versos de Coleman captaban a la perfección las tensiones de cada entorno de Los Angeles y su impacto tanto en la obra de la poeta como en la de la artista.
Cuando Smith regresó a Los Angeles en 2017 tras 16 años de ausencia, los poemas de Coleman fueron un catalizador para su reconexión con la ciudad.2 Los poemas exube rantes y honestos de Coleman exponen su amargo entrelaza miento con la pobreza, rechazando un estilo de entrega lustroso que convertiría las verdades duras en imágenes hermosas. La vulgaridad de Coleman lleva a los lectores a experimentar cómo la raza, el género y la clase social imponen sistemas de valores en su vida y en su entorno cotidiano. En “Wanda Why Aren’t You Dead” [“Wanda, ¿por qué no te has muerto?]”, leemos: “Wanda. Ese es un nombre de puta / Wanda por qué no eres rica / … por qué no adelgazas / … no puedes permitirte salir de este agujero infernal”3 Como si citara a un crítico anónimo, cada verso apunta a la apariencia conceptual y la posición económica de la poeta, que la sitúan fuera de las líneas de lo deseable, incluso cuando se niega a retorcerse para encajar dentro de esas líneas. Al igual que Coleman, la sensibilidad de Smith hacia los entornos en los que habita da forma a su práctica; en particular, su conciencia de cómo el racismo, el clasismo y el sexismo conforman la arquitectura social de las comuni dades negras. Cada escena de Los Angeles que se solapaba con las iteraciones de las palabras de Coleman subrayaba los altibajos de la vida de los negros en una ciudad sistemáticamente diseñada para desplazar a las comunidades negras.
La banda sonora de la exposición incluía a venerados iconos como Meshell Ndegeocello y Alice Smith junto a favoritos de culto como Kelsey Lu y Jamila Woods & Standing on the Corner. Cada músico se tomó libertades al reinterpretar los sonetos brujos de Coleman, lo que hizo que el producto final se convirtiera en un álbum tributo y en un (re)contar. Alice Smith exclama: “Viviremos para siempre / Nunca amás nos iremos” y, durante mi última visita, estas líneas combinaban a la perfección con escenas de aves volando y parques idílicos bañados por el sol, pero se volvían discordantes cuando el video de Smith pasaba a mostrar autopistas congestionadas helicópteros sobrevolando. En ese momento, la interpretación de Alice Smith de las palabras de Coleman se sintió coartada por las realidades de la gentrificación y la vigilancia, y la desconexión entre la música y el metraje recordó a los visitantes la interminable tensión entre libertad y fugacidad. Lu, conocida por su voz etérea y sus sinfonías de pop orquestal, fusionó a la perfección el estilo satírico de interpretación de Coleman con el suyo propio, alternando las gamas tonales conmovedoras con las angelicales. En una exposición que llevaba su nombre pero no su presencia física, Coleman estaba más viva en el espacio a través de la resurrección de Lu. El canto de Lu recreaba elementos del amado estilo de recitación de la poeta, en el que Coleman exageraba los versos con una voz cálida y los ojos abiertos de par en par. El disco reforzaba el reconocimiento de Coleman como letrista dinámica y consagró por primera vez a Smith como productora musical condecorada.
Lo más importante de Songbook es la música. El EP es un dispositivo perfecto para que Smith (re)fabrique la historia oral de Coleman del L. A. negro que se enfrenta a su borrado. Es el único aspecto del espectáculo que puede vivir fuera de 52 Walker y en los hogares de muchos. Sin embargo, el vinilo de edición limitada cuesta 150 $, muy lejos del precio medio de un disco nuevo. En el interior de la portada había un código QR pirata para una copia digital del EP, pero el enlace que probé no funcionaba. Más allá de la memoria del arte y el espacio, un componente clave de la lucha contra el borrado es cómo somos capaces de compartir y (re)contar historias que son significativas para nuestras historias. Así pues, con un acceso limitado al material original clave, ¿debería la presentación de Smith perdurar solo gracias a los pocos elegidos que visitaron la exposición o que pueden permitirse comprar el álbum e intercambiar susurros entre ellos?
Esta reseña se publicó originalmente en Carla número 36.