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Siempre que escucho la grabación de 1966 de “Wild is the Wind” de Nina Simone, me atrapa su elongación de la palabra you —cómo la convierte en un lamento torrencial—. La voz de Simone se desliza sobre la melodía como un vendaval volátil, rodeándome mientras remodela las palabras en algo más. Al final de la canción, no hay diferencia entre su canto, su deseo y el aullido del viento evocado en la letra. Pensé en Simone al ver la instalación fílmica de tres canales de Justen LeRoy, Lay Me Down in Praise [Túmbame en alabanza], cuando, al observar un volcán activo arrojando humo y lava pegajosa, una nota de falsete, estirada en un lamento interminable, brincó de los altavoces de la galería hacia mi cuerpo. LeRoy, artista multidisciplinario y comisario de exposiciones, se siente atraído por los momentos en que un cantante llena los espacios entre las letras con gruñidos y trinos. En su película, el sonido, el cuerpo y la naturaleza se fusionan en una nueva forma —una que reconoce la conexión entre las ansiedades y éxtasis experimentados por las personas negras y los rumores geológicos de la Tierra—. La música puede abrirnos a estas conexiones, guiándonos para aprovechar la amplitud tanto dentro del cuerpo humano como en el mundo natural más amplio.
El interés de LeRoy por los gemidos sin palabras está parcialmente inspirado en sus conversaciones con el poeta y teórico Fred Moten, cuyo ensayo de 2002 “Black Mo’nin [Gemido negro]” considera las auras sónicas de ciertas fotografías y cómo estos sonidos funcionan como los gritos y gemidos que se encuentran en los géneros de música negra1. Estas figuras vocales, también conocidas como melismas, se separan de las denotaciones líricas de una canción, llevando un exceso de sentimiento y emoción que supera los límites del lenguaje. Como los vientos vibrantes de Simone, los melismas te mueven, como un amanecer brillante puede conmoverte: implica que el cuerpo se rinda ante una fuerza más allá de su comprensión. Las vocalizaciones son un elemento de Lay Me Down in Praise, que recientemente se presentó en Art + Practice (A+P) en colaboración con el California African American Museum (CAAM). La exposición fue curada por la comisaria de artes visuales de CAAM, Essence Harden, como parte de la colaboración de cinco años del museo con A+P, durante la cual CAAM expondrá una serie de exposiciones como “museo en residencia”. La muestra marca una serie de estrenos para LeRoy: su debut en cine, música y exposición individual.
Instalada en un espacio de galería oscuro de A+P, una disposición de tres pantallas —dos rectángulos anchos angulados hacia un cuadrado más pequeño en el medio— se extienden como brazos abiertos. En la pieza, se unen imágenes en blanco y negro de intérpretes negros en varios estados de meditación. Algunos bailan, otros se sientan, y una persona murmura una frase en silencio. En una escena, una pareja se abraza; entre ellos, un vientre hinchado promete una nueva vida. Iluminados en penumbra, los actores se mueven por un escaso entorno de almacén oscurecido por las sombras. A estos clips se unen imágenes nítidas de la Tierra en movimiento, incluidas vistas aéreas de montañas nevadas, olas rompiendo y lava burbujeante. LeRoy y su colaborador Kordae Jatafa Henry, codirector y montador de la película, utilizaron ArtGrid, un archivo de imágenes subidas por los directores de fotografía, para reflejar sutilmente el material geológico en los movimientos de los intérpretes, creando momentos de inesperada sinergia. La banda sonora, también creada en colaboración con Haydn, combina sintetizadores ambientales con distorsionados melismas de los artistas Moses Sumney, Diana Gordon y Nadiah Adu–Gyamfi. Junto con las tomas panorámicas de la naturaleza y las imágenes de los artistas negros, los sonidos ofrecen una visión del aura psíquica de lo que se ve en pantalla, aproximándose a emociones y relaciones inefables.
En una secuencia de la segunda sección (la película está organizada en tres segmentos sueltos), un bailarín flota por un edificio vacío, con movimientos lentos y metódicos. Empieza a girar y a dar vueltas, y su cuerpo se desenrolla lentamente de nudo consciente de sí mismo a un remolino tambaleante de brazos extendidos. La tercera pantalla, que había mostrado otra vista de sus andanzas, se corta bruscamente y muestra una toma de la Tierra desde el espacio, con un zoom sobre una nube blanca en espiral. Un sonido, un bajo profundo, penetra en mi interior. Se convierte en un zumbido pulsante, un acompañamiento inquietante de las piruetas del artista y las espirales doradas de la nube. Aquí, un suspiro desciende varias octavas mientras el intérprete gira hacia la quietud, enmarcado ahora por ríos serpenteantes y rayos. Los suspiros captan la euforia del intérprete, marcada por la fluidez de sus movimientos. Las tormentas y los ríos se hacen eco de su vértigo, recordándonos la multiplicidad de la naturaleza.
En la última sección, la pareja embarazada se sujeta con fuerza mientras las otras dos pantallas se desplazan por paisajes árticos. Un latido constante hace vibrar la sala. Las voces que acompañan la escena crean diversos estados de ánimo. Un temblor áspero se me quedó atascado en la garganta; momentos después, un grito desgarrador me hizo girar la cabeza. Una nota sostenida se suaviza y se convierte en un hipo agitado mientras la pantalla central se acerca a un pulgar que presiona suavemente el vientre redondeado de la mujer. Esta imagen se combina con otra de rayos de sol que asoman entre dos cimas escarpadas. Las montañas recuerdan la pose de la pareja y el sol encuentra su paralelo en el vientre de la mujer, como un sutil guiño a la naturaleza cíclica de la vida y a la repetición de ese proceso en nuestras estructuras familiares y ecológicas. Juntos, las imágenes y los sonidos crean su propia canción, en sintonía con el modo en que la naturaleza es una expresión de los cambios corporales y viceversa. Las películas de LeRoy nos sitúan dentro de los matices de esta melodía, honrando los ilimitados espíritus de lo corporal y lo ecológico.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla número 32.