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Adee Roberson cerró su 40º año viendo el sol sumergirse en el océano en Negril (Jamaica), adonde regresó en busca de consuelo y de un punto de apoyo tras cerrar distance time [tiempo de distancia], una exposición que se pudo ver en Artist Curated Projects el verano pasado. Jamaica es un lugar al que siempre vuelve: la isla es el lugar de nacimiento de su abuela, una tierra sagrada y ancestral.
Roberson y yo nos conocimos en Los Angeles en 2018 y nos hemos acercado a lo largo de los años, nuestra conexión se ha ido profundizando con el descubrimiento de nuestra herencia mutua y otras intersecciones. Más recientemente, hemos estado pasando tiempo la una con la otra en Jamaica, un punto de origen compartido. Cuando volvió a Negril el pasado mes de noviembre, me reuní con ella en la playa y nos turnamos para beber mezcal en las tumbonas, tomando el sol perezosamente. La semana siguiente, se dirigió a Miami para una exposición individual con la Dominique Gallery en NADA Miami durante Art Basel, donde sus pinturas abstractas, creadas en su estudio de Los Angeles, donde reside, presentaban rosas, naranjas y azules que recordaban claramente al cielo de Jamaica. Los verdes y azules de sus abstracciones reflejan las montañas y los océanos de los distintos lugares en los que ha vivido, tonalidades sincrónicas que fundamentan su conexión con la tierra. Por ejemplo, Roberson ha vivido, casualmente, junto a un árbol de mango tanto en Lagos (Nigeria) como en Kingston. En muchos de sus cuadros recientes, este recuerdo se funde con el sentimiento y el movimiento: las formas de bulbo en capas —representadas en varios tonos de verde— hacen eco de las hojas de un árbol de mango, que se extienden por su tronco hasta el cielo. En algunos de sus cuadros más recientes aparecen orbes amarillos brillantes que evocan el resplandor de la fruta madura, mientras que azules y morados suaves marcan el cielo en diferentes momentos —una línea de tiempo abstracta.
En los cuadros de Roberson, rara vez se hace referencia a algo reconocible fuera de lo que puede parecerse vagamente a una entrada (una puerta, una ventana). Cuando hay una figura visible, como en Aquamarine [Aguamarina] (2021) —que incluye una pequeña imagen recortada de Patra, una artista jamaicana de dancehall, en la esquina superior izquierda—, suele tratarse del retrato de una figura personalmente significativa o de un miembro de la familia. Este aspecto de su práctica es significativo en el sentido de que la particularidad de la reproducción de estas imágenes contrarresta el carácter abierto de la abstracción —las figuras se convierten en llaves que abren las vías temáticas de Roberson—. Las obras abstractas pintadas se componen de colores y formas brillantes que se entrelazan con un atrevido contraste cromático. La paleta de colores es vibrante, descarnada, enfática y sin reservas. Las formas son orgánicas —una mezcla de bordes duros y curvas suaves que crean portales y pasadizos hacia reinos complejos—. La abstracción se utiliza como dispositivo para transmutar sus experiencias e identidad en una forma no lineal de narración que da lugar a un archivo de su movimiento a través de las fronteras. Las pinturas son un testimonio, una práctica archivística impregnada de espiritualidad y legado.
Históricamente, la abstracción ha sido un área de éxito difícil de alcanzar para los artistas negros, ya que la abstracción negra pone en entredicho las ideas proyectadas de lo que se dice que es la negritud visualizada. Sin embargo, en el ensayo de Stuart Hall, “New ethnicities”, habla de una conciencia en desarrollo en la política cultural negra que se aleja de la comprensión de la lucha de la “experiencia negra” como una identidad racial singular y hegemónica, y se acerca al “reconocimiento de la extraordinaria diversidad de posiciones subjetivas, experiencias sociales e identidades culturales que componen la categoría ‘negra’”1. La creciente aceptación de la obra abstracta de artistas negros habla de esta evolución de la conciencia crítica, reflejando la autodeterminación, el optimismo y la libertad y disipando el mito de una experiencia negra unificada. Aunque, en el pasado, los negros pueden haberse visto limitados a trabajar de forma descriptible, transparente y descifrable para asegurar la recepción de su arte, la abstracción abre una vía de escape. Como señala Adrienne Edwards, “[l]a abstracción desplaza el análisis del artista negro como sujeto y, en su lugar, hace hincapié en la negritud como material, método y modo, insistiendo en la negritud como multiplicidad” 2. A través de la abstracción, los artistas pueden abrazar la plenitud del ser como sujeto, alejándose decisivamente de la condición de objeto. La no representación permite una exploración ilimitada, capturando la esencia de la pluralidad; una noción que se acentúa cuando se viaja, como hace Roberson, a través de varias geografías, creando una comprensión del yo mutable y en red.
La obra de Roberson desciende de este punto de vista ampliado, que abarca una exploración polifacética de la identidad. Nacida en West Palm Beach de madre afrojamaicana, siempre ha estado profundamente conectada con sus raíces diaspóricas. Adopta los cruces entre las tradiciones matriarcales jamaicanas de su madre, sus tías y su abuela, la cultura pop afroamericana y las enseñanzas espirituales del África Occidental. La expresión de esta reflexión interseccional requiere la adaptabilidad que permite la abstracción, una práctica en la que las formas pueden remodelar, inventar y reflejar un mundo interno dinámico que no está limitado por la representación directa. El proceso de llegar a ser combina bien con las posibilidades ilimitadas de la abstracción.
Sus predecesores en el campo de la abstracción negra también han demostrado su amplitud: Mavis Pusey, quien nació en Retreat (Jamaica) en 1928 y se trasladó a la ciudad de New York cuando era joven, recurrió a la abstracción como expresión de su vida en movimiento. Mientras desarrollaba su practica en los años 50, 60 y 70, moviéndose entre New York, Londres y París, se comprometió con los paisajes urbanos a medida que las líneas de horizonte evolucionaban y crecían. En Puriv (c. 1968), las formas y líneas duras y apagadas transmiten con soltura los materiales de construcción, las calles y las escaleras de incendios que conforman la vida urbana. Los ángulos dinámicos captan la fugacidad de los paisajes urbanos. Al reflexionar sobre su obra, comentó una vez: “Veo la nueva construcción [de la ciudad] como un renacimiento, un catalizador para un nuevo entorno, y como el pasado debe ser un vínculo con el futuro, en cada una de mis obras… hay un círculo para representar la continuación interminable del orden natural y de toda la materia” 3. Esta noción cíclica del tiempo, el crecimiento y el movimiento —transmitida en sus cuadros a través de paisajes urbanos y estaciones cambiantes— refleja su propia migración como jamaicana a través de los diversos lugares y culturas que habitó.
Nacido en St. James y actualmente afincado en Chicago, el artista jamaicano Leasho Johnson sigue el legado de Pusey, utilizando la abstracción como medio para desentrañar una identidad compleja mientras se desplaza por diferentes geografías; sus obras se liberan de la representación fija y estática. En Rules for being free (Anansi #6) [Reglas para ser libre (Anansi #6)] (2020), que forma parte de una serie en curso, puede verse una tenue silueta o sombra dentro de un terreno verde y exuberante. Trazos brillantes de verde y amarillo interrumpen las zonas de oscuridad para crear una sensación de inmersión, de lo desconocido que acecha en el más allá. Lo que parece ser una pierna vagamente representada atraviesa el aire mientras una forma amorfa en primer plano comienza a mostrarse como una sugerencia de cuerpos moviéndose juntos. En la contemplación de un cuerpo negro y no normativo en movimiento, las figuras oscuras de Johnson se tambalean con la abstracción —representadas en negro con vagos contornos marrones y enfatizadas con trazos de rojo–naranja, sus formas fluidas se funden en un paisaje más amplio con un movimiento sensual—. Utiliza un coro de materiales —carbón, cola, acuarela, tinta, acrílico, lámina de oro, óleo, barra de aceite y yeso— para crear una obra impresionante en la que la identidad, el linaje y la reubicación colapsan en un espacio como otro tipo de multiplicidad maleable. Las vibrantes visualizaciones abstractas de Johnson nos dan la esperanza de seguir sobreviviendo; una persona negra queer pintando a otra, recordando a otra.
Roberson, Pusey y Johnson han recorrido rutas similares desde Jamaica hasta los Estados Unidos, con importantes paradas en centros artísticos internacionales, y sus obras están conectadas por una paleta de colores ocasionalmente compartida y por un sentido común de movimiento geográfico, en el que sus identidades jamaicanas también se han visto obligadas a cambiar y evolucionar. Cada uno de ellos encontró en la abstracción un medio para navegar por la distancia entre sí mismos y sus cambiantes geografías.
Nacida y criada en Los Angeles, la pintora June Edmonds a menudo experimenta su abstracción como comunicaciones de los ancestros, iluminando posibilidades futuras ancladas en la migración anterior. Joy of Other Suns [Gozo de otros soles] (2021) presenta colores apagados y oscuros (tonos de ciruela, oliva, bayas profundas, carmesí, mostaza) pintados en arcos amplios —el violeta o el rosado ocasionales imbuyen una ternura o incluso una vulnerabilidad que contrasta con los tonos sombríos generales de la obra—. Las formas almendradas creadas en la intersección de los atrevidos trazos de Edmonds están cargadas de un sentido de transporte, creando puertas energéticas a través de las cuales podría forjar una conexión con sus antepasados afroamericanos.
Durante un huracán en Kingston el verano pasado, Roberson grabó música con un sintetizador y una kalimba, un instrumento de origen africano. Ella entiende que uno de sus papeles es el de guardiana de la memoria, y su práctica es un medio para resistir la disolución del tiempo. La lluvia golpeaba con urgencia el techo, el viento azotaba los árboles y las notas electrónicas, los sonidos cósmicos y aéreos del instrumento heredado se combinaban en un paisaje sonoro orgánico y mágico. La práctica abstracta de Roberson también habla de un misticismo que se encuentra al entretejer su diverso linaje.
A través de la ausencia de límites de la abstracción, los olores de sus abuelas y tías cocinando juntas en una cocina del sur de Florida podrían arremolinarse junto con la música que interpretó durante su estancia en Lagos, colisionando para crear un futuro caleidoscópico que guarde historias del pasado. La abstracción refleja un diálogo intuitivo entre el artista negro y el mundo —uno en el que es libre de trabajar fuera de los límites de una identidad prescrita.
Este ensayo se publicó originalmente en Carla numero 27.