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Para Don’t Give Up [No te rindas], la última exposición de Ei Arakawa en Overduin & Co., la expansiva galería fue particionada con filas de muros de cartón fijados a marcos sin adornos de dos por cuatro. Entrar en el espacio sin contexto alguno era como entrar dentro de la casa encantada más barata del mundo. En contraste con el montaje en mezcolanza, Don’t Give Up era un calculado espectáculo sobre la paternidad. A lo largo de la totalidad de las paredes de cartón, se encontraban plantillas cortas de textos multicolores con frases como “UNA ESPIRAL DE AGUA, UN BEBÉ METIENDO EL DEDO” o “MIS HIJOS CUIDAN DE MIS PINTURAS”. Las frases fueron tomadas de entrevistas que Arakawa realizó sobre la paternidad a tres artistas: Nicole Eisenman, Laura Owens y Trevor Shimizu. Estos relatos personales sobre la paternidad y sus implicaciones para la creación de arte sirvieron de andamiaje para que Arakawa construyera la exposición.
Además de entrevistar a esos pintores/padres, Arakawa recreó obras de cada uno de ellos como “pinturas” LED —pantallas led que proyectaban representaciones pixeladas del trabajo de los artistas—. Arakawa no ocultaba los componentes eléctricos usados para crear dichas obras, y los caóticos batiburrillos de cables multicolor serpenteaban a su manera desde la base de los cuadros a protectores de tensión y cajas de suministro de energía bajo estos. El revoltijo tecnológico contrasta con las tiernas escenas de niños, vida doméstica y maternidad que representan cada uno de los cuadros LED. Dos figuras históricas del arte también fueron convocadas en la exposición: Mary Cassatt y Alice Neel, con obras selectas de cada una reconfiguradas igualmente en LED. Al prepararse para tener su propio hijo, Arakawa utilizó el espacio de la exposición para imaginar su futuro, considerando la incertidumbre, las dificultades y el éxtasis que conlleva la crianza de un hijo como alguien cuya identidad como artista en activo y persona queer ha sido considerada histórica y continuamente como antitética a la paternidad.
Las frases que aparecían en las paredes fueron también usadas en una banda sonora de acompañamiento, creada por Arakawa y la compositora residente en L.A. Celia Hollander, con palabras cantadas en modulaciones robóticas y acompañadas de música ambiental de sintetizador. La banda sonora rebotaba alrededor de la galería a partir de altavoces situados detrás de las obras LED. De esa manera, las obras de arte aparentaban hablar unas con otras —una especie de coro griego que narraba la experiencia del espectador de la misma manera que las conversaciones entre Arakawa con los artistas han acompañado su travesía para convertirse en padre.
En particular, Cassatt nunca se casó ni tuvo hijos. Como pintora estadounidense y mujer soltera, Cassatt fue una anomalía en el mundo eurocéntrico y dominado por los hombres del impresionismo del siglo XIX. Haber sido madre además de una destacada impresionista habría sido aún más inaudito y probablemente habría limitado su éxito en el arte. Irónicamente, dado que los hipódromos y los cafés que frecuentaban (y pintaban) sus contemporáneos masculinos eran en su mayoría inaccesibles para ella como mujer soltera, Cassatt pintó escenas de la vida familiar —temas que eran socialmente aceptables para ella, incluso cuando su carrera limitaba la posibilidad de tener una familia propia1—. Las versiones en LED de los cuadros de Cassatt están tan preocupadas por la maternidad como las obras de la exposición que representan a bebés y niños pequeños en cunas y en caballitos de balancín, y que en su mayoría representan a niños abrazados por una madre o un padre.
Al destacar a Cassatt, Arakawa enmarcó sus obras LED dentro de una lente histórica y, aunque nuestras nociones en torno a la carrera y la maternidad han evolucionado, la inclusión señala que persiste la ideología dominante durante el apogeo del movimiento impresionista que consideraba que hacer arte era incongruente con la paternidad. Con estos sentimientos en mente, Arakawa puso de manifiesto sus dudas sobre la posibilidad de ser padre, ya sea de otros o de él mismo: una de las frases de la pared dice: “LOS ARTISTAS NO DEBERÍAN TENER HIJOS”. En otro lugar, un anillo de muñecos de bebé sentados en carritos en actitud de duelo parecía más amenazante que esperanzador; más bien parecían haber sido convocados en el centro de la galería para algún ritual de culto más que para participar en una cita de juego.
Aun así, al apropiarse de la obra de otros artistas al servicio de una exposición centrada en la decisión de ser padre, Arakawa demostró que el arte no es un impedimento para esas decisiones, sino un mecanismo para informarlas. Arakawa invitó a su público a recorrer con él el viaje mental de la inminente paternidad, convirtiendo su incertidumbre en una forma de contemplación comunitaria elaborada en torno a la práctica de la creación artística. Arakawa es conocido sobre todo como artista de la performance, y aunque Don’t Give Up se compone de objetos fijos, parecía una colaboración con el público. Las paredes de cartón sugerían una especie de transitoriedad, como si la exposición pudiera montarse y desmontarse rápidamente, como un espectáculo de marionetas —las obras recogidas, los bebés transportados y la conversación continua con nuevos participantes en la siguiente ciudad.
Como muchas cosas en la vida personal de un artista, es fácil ver la paternidad como un obstáculo para la producción creativa, la práctica del estudio en desacuerdo con los recursos financieros y el tiempo que requiere un hijo. Si bien la creación artística sigue considerándose fundamentalmente incompatible con la paternidad, la realidad es que la paternidad queer sigue siendo recibida con mucha aprehensión y vitriolo, lo cual es mucho más preocupante. Pero estas actitudes regresivas persisten y los padres queer están constantemente amenazados por aquellos que los ven a ellos y a sus familias como algo inferior: mientras Arakawa exploraba su decisión de tener hijos, el Tribunal Supremo quitaba esa misma opción a millones de estadounidenses. (Y, casi irónicamente, dado que los mismos actores políticos que impulsaron la decisión del tribunal se han mostrado igualmente complacientes ante el colapso medioambiental, la violencia con armas de fuego y la degradación de la red de seguridad social, tener hijos hoy en día puede parecer, más que nunca, un reto imposible; hacer arte en estas mismas condiciones puede parecer igualmente ilógico). Pero, como sugiere el título de la exposición, no hay que renunciar a ninguna de las dos cosas. Al utilizar como material las palabras y las obras de arte de artistas con hijos, Arakawa demostró no solo que la paternidad y la creación de arte son posibles, sino que ambas pueden existir para apoyarse mutuamente.
En última instancia, Don’t Give Up recordaba al espectador que la vida no debe excusarse en favor de la creación artística —no se aparta amablemente y permite un proceso creativo ininterrumpido—. Al contrario, el arte está destinado a ser una base para la vida, una herramienta que puede utilizarse para navegar a través de todas las experiencias de la vida, ya sean problemáticas, inexplicables o sublimes.
Niall Murphy es un escritor de Los Angeles, California.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla número 29.