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Ser un hombre negro en Estados Unidos es estar en un constante estado de reconciliación con límites predeterminados. Como dijo Baldwin, “se esperaba que los límites de tu ambición estuvieran fijados para siempre”1. Así que es mucho más emocionante cuando un hombre negro decide ser rimbombante. Claro que el continuo desmoronamiento de la reputación de Kanye West lo convierte en un cuento con moraleja en estos días, pero es fascinante ver a figuras como Tyler, the Creator primero escupir letras fuera de tono en un suspiro y después verle con total vulnerabilidad (sobre su sexualidad, sus tiernas amistades, etc.). O ver cómo un Donald Glover, que antes se sentía alienado, se siente lo suficientemente cómodo con su negritud como para empezar a hacer olas al respecto (ya sea a través de su canción “This Is America” o de su puesta de cara blanca en su exitosa serie Atlanta). Por supuesto, también está Lil Nas X, cuyo día normal consiste en descender a las entrañas del infierno en una barra de striptease para hacerle un baile erótico al diablo. Hay algo electrizante en hacer que la gente se enfade por tu existencia cuando es en tus propios términos —si te van a odiar de todos modos, ¿por qué no divertirse un poco?
Devin Troy Strother aborda Undercover Brother [Hermano encubierto], su exposición en The Pit, con una filosofía similar, provocando risas nerviosas en algunos y carcajadas indulgentes en otros. Se trata de la primera exposición individual de la galería con Strother y las obras que contiene van desde caricaturas figurativas sobre lienzo hasta figuritas de cerámica que se dedican a lo que el artista denomina “historia del arte revisionista” y “cambio de nombre”, con el fin de desenterrar intenciones más profundas de artefactos culturales conocidos del siglo pasado. Strother consulta una serie de relatos raciales convencionales, basándose en BlacKkKlansman, White Chicks, Trading Places, Black Like Me de John Howard Griffin y Reconstruction in America de W. E. B. Du Bois, para seguir investigando la posición de identidad con su oscuro humor, reforzado por un inconfundible reenvío a los temas y composiciones de la obra del difunto Philip Guston. Una pieza como studio visit with the black boy in the pink studio / RIP guston [visita al estudio con el chico negro en el estudio rosa / RIP guston] (todas las obras de 2021) es quizás una de las referencias más directas (nombrando el homenaje abierto del espectáculo al artista), mientras que on the way to the rally / undercover brothers / shotgun [camino al mitin / hermanos encubierto / escopeta] alude al título de una película (Undercover Brother, 2002), pero no se detiene en el contenido real del material de origen —una comedia de acción de espionaje satírica y blaxploitation.
Undercover Brother se sumerge de lleno en la cara blanca, la apropiación y la cultura de la cancelación, por lo que es apropiado que Strother reproduzca los gestos familiares de un pintor figurativo —Guston— cuya retrospectiva fue recientemente cancelada por su inoportuna y controvertida imaginería de figuras encapuchadas (la muestra debía inaugurarse en la National Gallery of Art de Washington, D.C. en junio de 2020, un momento en el que el movimiento Black Lives Matter estaba en su punto álgido). Guston intentó dar sentido al odio en su obra, con muchos de sus cuadros en los que aparecían fumadores empedernidos del Klan montados en coches e individuos negros en poses supinas. Strother, cuyos parientes abandonaron Louisiana, en parte tras el acoso del KKK, vio la cancelación de Guston como una razón más para profundizar en los sombríos temas del trauma negro que atraían a Guston.
Al igual que las composiciones pintadas de Guston, las obras de Strother construyen marcos y cuadrículas con imágenes en capas. Por ejemplo, en el cuadro smoking painting and talking [fumando pintando y hablando], un artista de perfil en su estudio, fumando mientras pinta un pie, está rodeado de otros cuadros —cada uno de los cuales es una historia o un mundo recién inventado— (In the Studio [En el estudio] (1975) de Guston presenta una composición reflejada: un perfil similar de ojos saltones de un artista fumador en su estudio y una pintura de un pie rojizo y triangular). En obras como esta, la imitación compositiva de Guston por parte de Strother es más reflexiva. Sin embargo, los artistas y las figuras de Strother son negras, mientras que los de Guston eran siempre blancas —en el mundo de Guston, las figuras negras se representaban a menudo con dolor o como contrapartidas brutalizadas de los personajes del KKK.
De este modo, Strother se mueve entre la apropiación y la revisión. Parece que practica esta última al ignorar las restricciones de la narración subjetiva de la historia para compensar las exclusiones pasadas del canon. En una serie de esculturas instaladas en pequeñas estanterías colgadas en líneas diagonales y escalonadas a lo largo de la exposición, recupera el kitsch vintage, esmaltando sobre cerámica de segunda mano para que las figuras blancas parezcan negras. En la pieza Sister Act 2, una figurita de monja de cerámica ha sido oscurecida con esmalte para referirse mejor al personaje de Whoopi Goldberg, la hermana Mary Clarence, protagonista de la taquillera película del mismo nombre. Otras figuritas con cara negra son If Lucy were black [Si Lucy fuese negra], un busto que guarda un asombroso parecido con Lucille Ball, y Fuck John Wayne [Que se joda John Wayne], un vaquero vestido de amarillo con las manos y la cara pintadas de negro. El marcado contraste parece una tontería, pero se siente como una retorcida forma de reparación —un ejercicio de reivindicación que provoca una inesperada sensación de satisfacción.
La falta de sutileza de Strother es estimulante en esta época en la que se pasa frecuentemente de puntillas, pero también complica la ya espinosa conversación en torno a la cultura de la cancelación y la comprobación de la subjetividad. Su descarada tendencia a combatir la apropiación con la reapropiación brilla en cuadros como bon fire of the vanities / recent Thoughts / wet dreams [bon fire de las vanidades / pensamientos recientes / sueños húmedos], en la que aparecen ocho miembros del KKK y un par de banderas confederadas ardiendo en un infierno incandescente que emana del humo del cigarrillo de una figura negra que yace de espaldas en la parte inferior de la imagen —una alusión compositiva a Painter in Bed [Pintor en la cama] (1973) de Guston—. En las incursiones de Strother en el revisionismo, nadie está a salvo, como en la pareja de hombres negros con túnica blanca, que se dirigen a un mitin de noche en on the way to the rally / undercover brothers / shotgun. Representar a un negro como miembro del KKK es un gesto más intransigente que el de una monja negra o John Wayne, pero este espectáculo no se trata de un compromiso.
Las estrategias juguetonas y grandilocuentes de Strother —que incluyen la creación de paisajes de ensueño surrealistas, la adopción de títulos como oportunidades para hacer bromas y la inclinación hacia los reinos fantásticos para revisar la historia con pinceladas audaces (en lugar de descubrir verdades específicas)— provocan un chapoteo del tamaño de un cañón en la piscina y luego salen. No es que el efecto dominó resultante no importe, pero Undercover Brother se siente menos como una lección y más como una prueba de que la reclamación pública puede ofrecer una sensación de (divertido) empoderamiento privado y, a su vez, servir como un manantial de vitalidad renovada para que uno pueda tener la oportunidad de seguir luchando por el bien.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla número 27.