Our advertising program is essential to the ecology of our publication. Ad fees go directly to paying writers, which we do according to W.A.G.E. standards.
We are currently printing runs of 6,000 every three months. Our publication is distributed locally through galleries and art related businesses, providing a direct outlet to reaching a specific demographic with art related interests and concerns.
To advertise or for more information on rates, deadlines, and production specifications, please contact us at ads@contemporaryartreview.la
1.
Un jardín es un jardín es un jardín es un jardín…
En 2020, el artista David Horvitz, en colaboración con el estudio de arquitectura de paisaje Terremoto, empezó a transformar el terreno baldío adyacente a su estudio en Arlington Heights, Los Angeles, en 7th Ave Garden (2020–presente). El proyecto es un espacio, un lugar, una experiencia y una “obra de arte vegetal”, según Artillery1. Pero más convincente que la trivial calificación de un “jardín” como “arte” es la utilidad de esta fusión transdisciplinar. ¿En qué medida informa o mejora la capacidad de la obra para mediar en una reparación ecológica plausible y significativa? ¿Hasta qué punto está obligado el arte contemporáneo a obtener resultados ecológicos eficaces en el contexto de la práctica basada en la tierra? Estas son las cuestiones cruciales que plantean 7th Ave Garden y las obras de arte adyacentes, desafiándonos a discernir en qué punto la innovación artística y la reparación medioam biental confluyen hacia una acción ética tangible.
El entrelazamiento actual del arte con el diseño y las humanidades medioambientales refleja la creciente concienciación pública sobre las crisis coloniales antropogénicas del clima y la biodiversidad. Hoy en día, cuando los esfuerzos por reducir las emisiones de carbono flaquean y los impredecibles patrones meteorológicos amenazan cada vez más la vida en la Tierra, se entiende que abordar estas cuestiones requiere una coordinación táctica que traspase las fronteras políticas, espaciales y disciplinarias. Terremoto, cuyos jardines son notables estudios tanto en la forma como en la intención, es solo un ejemplo de una práctica contemporánea que retuerce los límites tradicionales de su campo. “Nuestro principal objetivo [es] hacer lo correcto con la tierra”, escribe David Godshall, cofundador y director de Terremoto, en una declaración sobre el proyecto 7th Ave Garden2. “Repararla, restaurarla, ser amables con ella, respetarla”, continúa. Dentro de la arquitectura paisajista comercial, sigue siendo raro que los proyectos trasciendan los imperativos impulsados por el cliente y alcancen un estatus visionario, pero eso es precisamente lo que pretende Terremoto: “Nuestro objetivo es construir jardines y paisajes no para esta civilización”, dice Godshall, “sino para la próxima”3. Me gusta la idea de un paisaje, o un jardín, como nada menos que un anfitrión para la vida futura. En Los Angeles, donde los extremos de los entornos orgánicos y los construidos por el hombre desentonan contra un telón de fondo de violencia colonial, migración y fantasía, las prácticas artísticas transdisciplinares están en una posición única para navegar por este terreno de salud frágil. En mi trabajo como escritora, como profesora y con mi proyecto No Canyon Hills (2023–presente) —una coalición comunitaria que busca la conservación de la tierra en las Verdugo Mountains— encuentro cada vez más profesionales que operan de esta manera, cruzando vectores disciplinares. Studio Moonya, por ejemplo, dirigido por Hyunch Sung, crea jardines californianos que entrelazan historia material y matices culturales, conectando personas, lugares y memoria. Hyunch también es cofundadora de Ssi Ya Gi (Seed Story [Historia de las semillas]), un colectivo que eleva las narrativas de los inmigrantes mayores a través de la comida, cultivando plantas de herencia coreana, organizando comidas y publicando fanzines que amplían y registran experiencias diaspóricas intergeneracionales. Active Cultures, una organización dedicada a examinar los hábitos alimentarios, organiza eventos que combinan la comida, la ecología y el arte contemporáneo. Clockshop, Metabolic Studio y Friends of the Los Angeles River (FoLAR) se centran en la programación pública de apoyo a la educación medioambiental, destacando el hábitat ribereño y la salud del río de Los Angeles. También están Crenshaw Dairy Mart, que conceptualiza las operaciones de jardinería como pequeños colectivos abolicionistas; Living Earth, una organización artística que conecta paisaje sonoro y paisaje natural; Meztli Projects, una colaboración artística y cultural indígena; y el Ron Finley Project (RFP), que transforma los desiertos urbanos de alimentos en vibrantes santuarios alimentarios.
Estos son solo algunos ejemplos de las innovadoras fuerzas creativas, que abarcan campos contiguos del arte, la ciencia medioambiental, la planificación urbana y el activismo anticolonial, que apuntan hacia un movimiento ecocrítico contemporáneo polifacético en el que el arte participa activamente en la sostenibilidad medioambiental y la equidad social a una escala que va más allá de lo representativo. Los complejos desafíos de nuestro tiempo, enraizados en una historia de violencia colonial y amplificados por la urgencia de un cambio climático potencialmente irremediable, exigen colaboraciones innovadoras e interdisciplinares que, en su multiplicidad, se resisten a una fácil clasificación ontológica. En algunos casos, incluso puede resultar difícil discernir un gesto como arte, ya que la obra ha saltado limpiamente de su recinto representacional: arte a la fuga, causando estragos en lo real.
Entre los muchos proyectos dignos de mención en Los Angeles que encarnan esta filosofía, 7th Ave Garden, que refuerza la biodiversidad y ayuda a los polinizadores nativos, y Bending the River [Doblando el río] de Metabolic Studio (2012–presente), que emplea la biorremediación para irrigar un parque público, son estudios de casos ejemplares a través de los cuales escudriñar los procesos, las limitaciones y el potencial transformador de estos esfuerzos interdisciplinarios.
2.
El 7th Ave Garden es modesto, de aproximadamente 5000 pies cuadrados y está salpicado de montículos de fragante salvia, matas de milenrama, docenas de retoños de sicomoros y monto nes de escombros y trabes, regalos del Los Angeles County Museum of Art (LACMA) tras su polémico derribo. Reconstruir los escombros institucionales (ruinas) en nuevas obras de arte de influencia ecológica resuena como una metáfora ordenada de una revaluación en curso del patrimonio artístico y su valor futuro. Pero es la plantación para polinizadores densa y tupida, los arbustos de chaparral y su sotobosque autotriturado lo que afirma la identidad de la obra como algo más que meramente simbólico. La transformación de la parcela, antes desatendida, en un “exuberante jardín de plantas nativas”4 indica un cambio de paradigma más amplio, en el que el colapso de las divisiones entre artistas (como Horvitz) y oficinas de diseño comercial (como Terremoto) abre las puertas a intervenciones ecológicas realmente generativas que superan las transgresiones simbólicas típicas del arte contemporáneo. Enmarcar 7th Ave Garden como jardín y obra de arte a la vez plantea una cuestión interesante: si el valor ecológico intrínseco del jardín persiste independientemente de su designación artística, ¿qué otras potencialidades permite (o impide) el “arte”?
Test Plot (2019–presente), el experimento en curso de “guerrilla” de Terremoto5 en el cuidado comunitario de la tierra, es anterior a su empresa conjunta con Horvitz, estableciendo su precedente para el uso comunitario y ecológicamente reparador del espacio público. Lo que empezó como una novedosa hazaña en Elysian Park se ha convertido en un programa que siembra múltiples “parcelas de prueba”, de tamaño modesto, por toda la ciudad y el estado, desbrozadas y replantadas principalmente con plantas nativas de California6. Al invitar a voluntarios de la comunidad a colaborar en el mantenimiento a largo plazo de estas zonas de restauración, Terremoto ha logrado con éxito un modelo integrado de gestión que puede ser replicado y ampliado. Al igual que 7th Ave Garden, Test Plot es un crisol. Ambos proyectos se hacen eco del concepto de “usership” [“usabilidad”] propuesto por el teórico Stephen Wright, que escribe sobre el potencial del arte más allá de la función estético-conceptual. Siguiendo un linaje posmoderno, Wright otorga el mismo valor al papel del usuario en el arte, promoviendo una responsabilidad compartida para la gestión ecológica y el compromiso comunitario7.
Sin embargo, una gran diferencia entre ambos proyectos radica en sus contextos. Cuando Horvitz y Terremoto reconvirtieron el terreno baldío en un ecosistema rejuvenecido, la sinergia de su colaboración obtuvo el reconocimiento institucional de pesos pesados de la cultura, como la galería comercial Vielmetter Los Angeles, la sala de exposiciones sin ánimo de lucro JOAN y la publicación Triple Canopy8. Tal reconocimiento cimentó la doble identidad de Horvitz como artista y defensor del medio ambiente, al tiempo que otorgaba a Terremoto la atención del público del mundo del arte. Como obra de arte genuina y nexo de producción artística colaborativa, 7th Ave Garden está respaldado por lo que Wright denomina “un dispositivo de encuadre institucionalmente garantizado”9 —la red de museos, galerías, críticos e instituciones académicas que sanciona determinados objetos, espacios o actuaciones como “arte”.
Como obra de arte, 7th Ave Garden está dotado de una aceptación cultural minoritaria. Durante la semana Frieze, en marzo, decenas de agentes culturales se reunieron en sus terrenos cubiertos de mantillo para almorzar y leer. En mayo, la escritora y curadora afincada en Ciudad de México Yasmine Ostendorf-Rodríguez organizará “una barbacoa comunitaria regenerativa” en el jardín, coprogramada con Artbook at Hauser & Wirth LA y Active Cultures10. El jardín de la 7th ave Garden es un medio y una plataforma para el discurso ecológico destinado a movilizar el compromiso de la comuni dad y dar forma a narrativas ideológicas que aborden los acuciantes retos ecológicos de nuestro planeta. Pero el hermanamiento de valores culturales y ecológicos también debería suscitar cierto escrutinio, dada la tendencia del mundo del arte a la mercantilización y la exclusividad. “¿Cómo puedo conseguir que un coyote viva aquí?”11, reflexiona Horvitz en la declaración de su proyecto. No puedo evitar preguntarme si los coyotes podrían haber sido más abundantes antes de que llegaran los artistas.
A nivel local, la doble situación de reconfigurar la agencia simbólica del arte para llevar a cabo la reparación ecológica se produce con el riesgo de que estos proyectos se conviertan en vehículos de mercantilización cultural y gentrificación, impulsando en última instancia un desarrollo que da prioridad a la rentabilidad en lugar de a los beneficios comunitarios o ecológicos (no humanos). Esta tendencia es evidente en los barrios de Los Angeles donde la afluencia a las galerías, como las que participan en la feria anual Frieze, eleva el valor de la propiedad, precipitando una cascada de efectos para los residentes12. Los practicantes indígenas de Los Angeles saben muy bien que cualquier movimiento ecológico serio, por muy creativo o retóricamente vigorizante que sea, fracasará en su objetivo orientado a la justicia sin una ética anticolonial integrada que honre la reciprocidad, la interdependencia y el florecimiento mutuo de todos los seres vivos13. Aunque 7th Ave Garden no pretende ofrecer una panacea para las estruc turas sociales profundamente arraigadas en las que vivimos y creamos arte —o jardines—, sí anuncia una reorientación de la acción artística que la aleje de la experiencia puramente fenomeno lógica y la oriente hacia un marco más funcional que pueda acercarse a las necesidades sociales y medioambientales de nuestro tiempo.
En esencia, 7th Ave Garden es una manifestación contemporánea de un diálogo de largo alcance entre arte y medio ambiente, que ha evolucionado significativamente a lo largo de los años. Aunque el jardín canaliza el espíritu radical y la provocación conceptual del movimiento del “land art” (o “earthwork”) de mediados del siglo XX, se desvía de los caminos de sus predecesores al renunciar a las masivas intervenciones estructurales en el paisaje concebidas por artistas como Robert Smithson y Michael Heizer, quienes remodelaron vastas extensiones de tierra para convertirlas en obras de arte monumentales. Aunque puede que insinuaran el potencial del arte para abordar temas ecológicos, sus obras eran principalmente simbólicas, a menudo espectaculares y se deleitaban en la sublimidad de la naturaleza. También ignoraban deliberadamente los violentos mecanismos coloniales y las explotaciones ecológicas que se reproducían en la formación de la propia obra. Al examinar el precedente histórico de 7th Ave Garden vemos que la trayectoria del compromiso del arte con la práctica basada en la tierra refleja no solo las cambiantes sensibilidades culturales y medioambientales, que se someten a una interacción más matizada entre la expresión artística y la conciencia ecológica, sino también las tensiones dentro de la propia ontología del arte, su peculiar y particular modo de existencia.
3.
El verano pasado, en medio de una terrible ola de calor, me subí a la parte trasera de una minivan para transportar varios pasajeros en el estacionamiento de un depósito de grúas reconvertido en Lincoln Heights para visitar un proyecto artístico en el río Los Angeles. Era mi primer encuentro con Metabolic Studio, un laboratorio interdisciplinar de arte e investigación fundado por la artista medioambiental Lauren Bon que pretende explorar “cuestiones sociales y medioambientales críticas mediante intervenciones artísticas y proyectos innovadores orientados a la reparación”14. A lo largo de los años, tanto activistas como organizadores han realizado diversos intentos de liberar el río de su revestimiento de concreto: el gran proyecto de Metabolic Studio, Bending the River, es un ambicioso intento de intervención. El estudio pretende redirigir una parte del río de bajo caudal hacia una zona de filtración allí situada antes de verterla en la red de riego del Los Angeles State Historic Park (LASHP), utilizando el río como fuente de agua sostenible para un espacio verde urbano. Dirigido por Bon, Bending the River se presenta simultáneamente como arte y como una intervención cívica de gran alcance con un impacto significativo en el mundo real.
La incursión de Bon en la reparación medioambiental en Los Angeles comenzó con Not A Cornfield [No es un maizal] (2005–6), una laboriosa obra que reimaginaba una antigua zona industrial ferroviaria abandonada de Chinatown como un próspero campo de maíz de 32 acres durante una única cosecha. Este gesto se hace eco de la visionaria obra de la artista estadounidense de origen húngaro Agnes Denes, quien, en el verano de 1982, cultivó un campo de trigo de dos acres en el basural de Battery Park en Manhattan, plantándolo y cosechándolo meticulosamente a mano (Wheatfield – A Confrontation [Trigal – una confrontación]). El trigal de Denes y, más tarde, el maizal de Bon evidencian un cambio hacia el arte que se enfrenta al desastre antropogénico. Al año siguiente, en su libro Art in the Landscape: A Critical Anthology (1983), el artista medioambiental Alan Sonfist planteaba una cuestión que se había vuelto cada vez más pertinente: “Puede ser importante a finales del siglo XX preguntarse: ‘¿En qué dirección están guiando los artistas a nuestra sociedad?’”15.
La práctica de Bon anuncia un momento crucial en el continuo devenir del arte contemporáneo, en el que las demarcaciones entre arte, gestión ecológica y compromiso con la comunidad se disuelven, volviéndose más fluidas y permeables. La proclama de neón de Sherrie Rabinowitz que aparece en la página web de Metabolic Studio, “Los artistas deben crear a la misma escala que la sociedad tiene la capacidad de destruir”, enmarca una dialéctica provocativa: contrapone la escala de la agencia artística individual a la escala más amplia del impacto social, abogando por un equilibrio del poder creativo que aproveche la capacidad de cambio del colectivo. Al hacerlo, aleja a los artistas del espectáculo de la enormidad (¡se acabaron las masas levitantes!). Los valores artísticos de Wright con un factor de uno conciben el arte armonizado con el mundo a escala 1:1, haciéndolo potencialmente indistinguible de la funcionalidad cotidiana16.
Dentro de un marco 1:1, el arte trasciende su apariencia tradicional, integrándose en las infraestructuras vitales y actuando como palanca para la transformación social y de las infraestructuras, como ejemplifica claramente la reconfiguración literal de la anatomía urbana que lleva a cabo Bending the River (mediante actos tan tangibles como cortar concreto o desviar tuberías). Este registro de actividad implica maniobrar dentro de sistemas legislativos y burocráticos, luchando por un espacio entre ciencia, arte y política, donde las cuestiones de gobernanza ética y supervisión siguen siendo esenciales. Mientras iniciativas como Test-Plot, 7th Ave Garden y Bending the River siguen abogando por una transición de la propiedad privada a la gestión colectiva, aprovechando el arte para redefinir el uso de la tierra, los dispositivos de encuadre a través de los cuales llegamos a comprender tales gestos deben seguir el ritmo de una ética de la responsabilidad. En esta coyuntura ecológica crítica, el ímpetu por imaginar un futuro reestructurado tras la apropiación colonial de la tierra debe traducirse en una reparación y restitución tangibles. Solo a través de tales esfuerzos transformadores puede la comunidad artística desempeñar un papel decisivo en el camino hacia unas prácticas equitativas de gestión de la tierra.
Esta ensayo se publicó originalmente en Carla número 36.