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Tengo una compulsión por guardar objetos efímeros que compromete mi capacidad de participar en las tendencias minimalistas. Talones de boletos, folletos de eventos, velas de cumpleaños sopladas, recipientes de vidrio particularmente encantadores de bebidas espumosas terminadas hace mucho tiempo: ninguno está destinado a ser guardado más allá de su pequeña ventana de propósito. Aunque solo lo reconozca inconscientemente, mi decisión de considerar ciertos objetos como recuerdos me da una sensación de agencia sobre mi historia, como la forma en que escribimos en un diario con un aire performativo, sa-biendo que eventualmente puede ser leído por otros. ¿Revelarán mis baratijas cuidadosamente seleccionadas —el archivo privado de cachivaches polvorientos que guardo profundamente— mi legado? Esto es precisamente lo que acaba ocurriendo con muchas mujeres cuyas historias suelen estar compuestas por materiales de archivo que han conservado para sí mismas, honrándose a sí mismas y al trabajo de su vida, ya que la sociedad ha priorizado durante mucho tiempo los logros patriarcales. Estos archivos sueltos —la suave evidencia de la autoestima y el cuidado— son hermosos e instructivos, pero no llevan consigo la contundencia de los monumentos grandes, dimensionales y oficialmente reconocidos que ocupan el espacio cívico.
Lo que se hace historia y el modo en que archivamos los legados del pasado pueden dar forma a una poderosa narrativa para las generaciones futuras, pero muchos de nuestros sistemas de archivo colectivo omiten en gran medida las historias y relatos de las mujeres y las minorías raciales, a pesar de que estos grupos representan más de la mitad de la población mundial. En Los Angeles, solo el 3% de los más de 1.100 Historic-Cultural Monuments (Monumentos Histórico-Culturales, HMC) fueron habitados o diseñados por mujeres, según Los Angeles Conservancy1. Solo el 10% de los lugares históricamente protegidos están asociados a BIPOC, LGBTQ y mujeres combinados2. Los Angeles, en particular, siempre se ha enorgullecido de sus subculturas y de la diversidad de sus habitantes, pero muchos de los que han tenido poder para moldear su memoria pública no eran verdaderos defensores de la diversidad. El papel de las mujeres en la conformación de la historia de Los Angeles se ha pasado por alto y se ha infravalorado. ¿Cómo podemos preservar el legado de las mujeres dentro de la historia honrada de Los Angeles —de una manera que se extienda más allá de las reliquias de sus vidas interiores— si sus contribuciones son demolidas en el olvido, mientras que los santuarios de los hombres permanecen en pie? Hay algo grandioso en la forma en que los monumentos físicos ocupan el espacio, y las historias de las mujeres no se han beneficiado lo suficiente de este imponente sentido de eternidad.
Un lugar de mujeres que actualmente tiene una oportunidad de conseguir el siempre codiciado estatus de HCM por parte de la ciudad de Los Angeles es el antiguo estudio de arte de la hermana Corita Kent. Serigrafista autodidacta, Kent (apodada la “monja del arte pop”) se centró en buscar la alegría en lo cotidiano apropiándose y combinando los marcadores visuales de su espiritualidad con el lenguaje de la cultura de consumo. Era una artista en activo, en el hábito, que reimaginaba el Wonder Bread como la Eucaristía.
Kent redefinió lo que podía ser una vida religiosa, manteniendo sus actividades como artista, educadora y defensora de la justicia social. Durante el apogeo de su carrera, en la década de 1960, utilizó el espacio de grabado del Immaculate Heart College, situado en el 5518 de la avenida Franklin (ahora una modesta tintorería), como aula y estudio. En esta época también pidió la dispensa de sus votos, comprometiéndose a seguir la vida de una artista secular. Fue en el Franklin Building donde Kent realizó algunas de sus serigrafías más emblemáticas, lo que la situó en el movimiento del arte pop y le valió importantes encargos de la Boston Gas Company y del U.S. Postal Service (USPS, Servicio Postal de Estados Unidos). En su llamamiento urgente para que se apruebe el estatus histórico3, el equipo del Corita Art Center describe el gran impacto del estudio en la comunidad creativa. A lo largo de los años, Kent acogió a destacados artistas, como John Cage, Charles y Ray Eames, Buckminster Fuller y Saul Bass en el Immaculate Heart College e influyó en toda una generación de jóvenes creadores.
El 17 de diciembre de 2020, la Cultural Heritage Commission de L.A. (Comisión del Patrimonio Cultural de Los Angeles) votó a favor de recomendar la designación histórica del centro —lo que supone un paso de gigante en la obtención del estatus histórico—. La candidatura se remitió al Planning and Land Use Management Committee (PLUM, Comité de Planificación y Gestión del Uso del Suelo) del Ayuntamiento para su revisión y, aunque todavía queda mucha burocracia por delante, la concesión del estatus de HCM a este lugar sería trascendental en el progreso de esta ciudad hacia la conmemoración de los espacios sagrados de sus mujeres influyentes. Kent fue nombrada Mujer del Año por Los Angeles Times en 1966 y, como dijo Nellie Scott, directora del Corita Art Center, en una reciente entrevista con Los Angeles Magazine, “este edificio… podría ser la oportunidad de Los Angeles de honrar a una de las figuras más notables” cuya obra “contribuye a la identidad de Los Angeles”4. También sería una oportunidad para ampliar el limitado imaginario colectivo de la ciudad hacia una imagen más completa de lo que ha ocurrido y, por tanto, de lo que podría ocurrir aquí.
Dos hombres cuyo legado se ha beneficiado en gran medida de la condición de MHC en Los Angeles son los arquitectos Richard Neutra y Frank Lloyd Wright, cuyas estructuras históricas están repartidas por toda la ciudad como si fueran confeti. Desde el estudio y las residencias Neutra VDL a lo largo del embalse de Silver Lake hasta la Hollyhock House de Wright, situada en el Barnsdall Art Park de Hollywood Boulevard, sus edificios son venerados y visitados regularmente por el público. Mientras tanto, incluso las mujeres que han recibido reconocimiento por sus contribuciones arquitectónicas a través del estatus de HCM no se encuentran en un lugar prominente dentro del registro histórico de la arquitectura en esta ciudad, un reflejo de lo preparados que estamos para recibir ciertas mitologías masculinas; estas narrativas autoenmarcadas mantienen el espacio mucho después de su muerte.
A pesar de los logros de las mujeres arquitectas, la mayoría quedan fuera del canon. Helen Liu Fong fue una figura significativa en el movimiento Googie de Los Angeles; sin embargo, su nombre no es muy conocido. Las estructuras Googie de Fong, que ella describía como un “tipo de estética al estilo Jetson”5, están por todo Los Angeles, pero pocos conocen a la arquitecta chino-americana responsable de ellas. Muchos de sus edificios han aparecido en las representaciones que Hollywood hace de la ciudad, símbolos del ambiente relajado y moderno de Los Angeles. El emblemático Pann’s Restaurant, diseñado por Fong, es un escenario destacado en la serie Insecure de la HBO. Fong también diseñó el Johnie’s Coffee Shop Restaurant, que aparece en el clásico de culto de los hermanos Coen The Big Lebowski [El gran Lebowski] (1998). Protegidos de la demolición, estos edificios son iconos de la cultura pop de Los Angeles, aunque la mujer que hay detrás de ellos se ha visto eclipsada por los relatos de Hollywood que se han atribuido a los monumentos a lo largo del tiempo. En la película de los Coen también aparecía la Lautner House, una inclusión memorable que parecía haber aumentado el revuelo en torno al arquitecto John Lautner —cuya fama llegó por la proximidad a su mentor Frank Lloyd Wright—. Mientras tanto, el cameo de la cafetería Johnie’s Coffee Shop no hizo lo mismo con el legado de Fong, como suele ocurrir con las arquitectas cuyas contribuciones se reconocen mientras sus nombres e historias permanecen en la oscuridad.
Un miembro eminente incluido en el 3% de los espacios femeninos que han recibido el estatus de HCM es el Woman’s Building. Situado en el 1727 de N. Spring Street, en un corredor industrial en el extremo norte de Chinatown, el edificio albergó durante mucho tiempo el Feminist Studio Workshop (FSW). Cuando la artista Judy Chicago, la historiadora del arte Arlene Raven y la diseñadora gráfica Sheila Levrant de Bretteville fundaron el FSW como la primera escuela independiente para mujeres artistas en 1973, su ubicación era más céntrica en el antiguo Chouinard Art Institute, en la calle Grand View, justo al lado de MacArthur Park. Cuando el edificio Chouinard se vendió en 1975, el grupo trasladó sus operaciones a la calle Spring. En 1981 el FSW quedó disuelto pero el Woman’s Building siguió operando como un centro feminista hasta su cierre en 1991 debido a problemas financieros.
El Woman’s Building, una estructura de estilo Beaux Arts de 1914 originalmente ocupada por Standard Oil, fue declarado HCM en 2018; un estatus protegido que le permitirá vivir a perpetuidad como un punto de contacto de ladrillo y cemento para reflexionar sobre una subcultura vital de artistas y feministas de Los Angeles. Fundado como un acto de protesta contra la naturaleza patriarcal de la educación artística en su apogeo de los años 70 y 80, el edificio atrajo a un notable grupo de mujeres y artistas queer. Sirvió como espacio experimental en el que mujeres de todo el mundo podían explorar la teoría feminista, la sexualidad, la dinámica de género, la raza y la clase social —un lugar en el que los artistas marginados podían prosperar—. “Pronto nos dimos cuenta de que era una oportunidad para empoderarnos”, dice la artista Cheri Gaulke, que en su día fue una asidua del Woman’s Building. Era un lugar “donde podíamos aprender habilidades que nunca antes habíamos aprendido y… podíamos crear nuestro lugar en el mundo”6.
Un equivalente actual inspirado y trabajando para preservar estos valores es el Feminist Center for Creative Work (FCCW, Centro Feminista para el Trabajo Creativo) —antes Women’s Center for Creative Work (Centro de Mujeres para el Trabajo Creativo)—, una red de feministas y artistas interseccionales con sede en Los Angeles que han estado produciendo exposiciones, talleres, publicaciones y eventos desde 2013. El contrato de arrendamiento de FCCW expiró en marzo justo al inicio de la pandemia y, en parte debido a la experiencia de trabajar desde casa, el grupo pivotó a la programación en línea, así como a la expansión de su producción de objetos efímeros (como proyectos editoriales). Tanto si el grupo vuelve a un espacio físico como si no, quizá sea inevitable que el FCCW preserve su legado en parte a través de la producción efímera de sus publicaciones verticales y digitales (al igual que los documentos y las obras de arte de Corita Kent, que se conservarán en museos, archivos y colecciones independientemente de lo que ocurra con su estudio). Del mismo modo, los objetos efímeros del Woman’s Building y sus artistas fueron protegidos mucho antes que la propia estructura física. Aun así, lo efímero por sí solo dificulta la canonización en una ciudad que depende tanto de los monumentos glorificados (por ejemplo, el letrero de Hollywood, el observatorio Griffith, el edificio temático de LAX) para recordarse a sí misma. Especialmente debido a su proximidad con Hollywood, estos iconos arquitectónicos se regurgitan en películas y anuncios publicitarios, reforzando aún más su importancia duradera. Los objetos efímeros por sí solos no son suficientes para construir un legado, como tampoco lo es el hecho de dejar un edificio intacto sin reconocer también la importancia de la mujer que lo diseñó. Sin estos marcadores de cara al público, debemos recurrir a los archivos para encontrar pruebas de futuros construidos que podrían haber sido.
Cuando se retiraron por la fuerza monumentos confederados en el calor del verano de protestas del año pasado, se nos hizo reconocer el impacto que las estructuras físicas tenían en la psique de los individuos negros que tenían que pasar por delante de ellos todos los días. ¿Qué aspecto tendría un futuro con más conmemoraciones físicas de las mujeres —con presencia en los espacios cívicos—? ¿Cómo podrían estos marcadores físicos impregnar una mayor conciencia histórica de la historia de las mujeres? ¿Y si pudiéramos construir colectivamente a partir de las ideas de las mujeres, en lugar de empezar de nuevo cada generación? El archivo es una herramienta esencial, pero la naturaleza del archivo es que debe ser buscado por una parte interesada. Los monumentos públicos, en cambio, están integrados en la experiencia física de cada habitante de la ciudad.
Si el estudio de Corita Kent puede permanecer intacto junto con su obra de arte —ofreciendo un raro maridaje entre lo efímero y lo arquitectónico—, podría permitir que la memoria de la obra de su vida entre en la conciencia pública de una manera más firmemente arraigada en el tejido de la cultura de Los Angeles. Este es el mismo privilegio que ha mantenido las narrativas de hombres influyentes, como Neutra y Lloyd Wright, relevantes para las nuevas generaciones. Aunque el posible estatus histórico de Kent es un paso adelante, no puedo evitar preguntarme qué otras contribuciones femeninas significativas han quedado sin reconocer o sin archivar. Hasta que los lugares históricos públicos reflejen la diversidad de nuestra población, nos queda la importante labor de dar la vuelta a las historias del pasado para descubrir a mujeres notables que han reunido sus propios archivos ocultos de cachivaches, cartas y obras de arte.
Neyat Yohannes es una escritora afincada en Los Angeles. Su trabajo ha aparecido en The Current de Criterion, Mubi Notebook, Bright Wall/Dark Room, KQED Arts, cléo journal y Chicago Review of Books, entre otras publicaciones. A veces tuitea en @rhymeswithcat.
This essay was originally published in Carla issue 24.