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Los muros que albergaban la reciente instalación multimedia between a whisper and a cry [entre un susurro y un grito] de la artista nacida en Barbados y afincada en Escocia Alberta Whittle en el Institute of Contemporary Art, Los Angeles (ICA LA) estaban vestidas de un rico tono cerúleo. En la boca de la galería, una sarta de coloridas cuentas de vidrio y plástico colgaba del techo, captando la luz de una claraboya cercana e impregnando un resplandor refractado como un bosque submarino de algas. Completado con conchas de cauríes, broches de ositos blancos y tejidos variados, el bucle de cuentas estaba anclada al suelo por dos grandes conchas de caracolas araña (Coiling beneath the waves, the sand reminds us to believe… [Enrollándose bajo las olas, la arena nos recuerda que debemos creer…], 2023). A la vuelta de la esquina, un aire de inestabilidad se materializó en la galería, ya que el suelo de concreto parecía subsumir los restos de una casa de chattel casi subterránea (copia de exposición de Memorial for “The Great Carew” aka Neville Denis Blackman [Monumento en memoria de “The Great Carew” alias Neville Denis Blackman], 2019). Casi de inmediato, Whittle creó la ilusión de estar sumergido bajo el agua.
Proyectado sobre el tejado de zinc derrumbado de una segunda casa chattel hundida —una arquitectura móvil de madera habitual en la época colonial de Barbados—, el video homónimo de la exposición, between a whisper and a cry (2019), se proyectaba en bucle. El video, una recopilación de imágenes de archivo y filmadas, incluyendo imágenes por satélite de huracanes y representaciones meteorológicas, se divide en cinco capítulos denominados por cada mes de la temporada de huracanes (de junio a octubre). Narra un deseo de alivio y comunidad en un mundo inestable por los efectos persistentes del colonialismo y la esclavitud en la isla de Barbados y más allá. En su libro In the Wake: On Blackness and Being (2016), la escritora y profesora Christina Sharpe utiliza “el tiempo” como metáfora central para describir las condiciones de opresión sistémica contra los negros que conforman las experiencias vividas por individuos y comunidades negras en todo el mundo1. Whittle utiliza imágenes meteorológicas y relacionadas con huracanes en referencia directa a la metáfora de Sharpe, señalando la realidad de que las personas negras y morenas se ven desproporcionadamente afectadas por los cambios climáticos políticos y ecológicos —el archipiélago caribeño, que en su día fue sede de algunas de las economías basadas en el sistema de plantación más lucrativas de Europa, es especialmente vulnerable a los desastres climáticos—. Sin embargo, en toda la instalación hay destellos de resistencia contra el rápido cambio climático. Colocadas en esquinas opuestas de la galería, las lonas de polietileno evocaban tanto la preparación como las secuelas de las inclemencias del tiempo, cuando las lonas actúan como herramientas tanto de protección como de reconstrucción.
Las brillantes conchas de cauríes también aparecen en el video y a lo largo de la instalación como objetos que resisten todo tipo de condiciones meteorológicas, representando poderosas formas de resistencia contra la opresión. Históricamente, las conchas de cauríes se han valorado como moneda de cambio en distintas culturas y desempeñaron un papel importante en el comercio transatlántico de esclavos2. Los arqueólogos también han descubierto que las conchas de cauríes —muy abundantes en África occidental y central occidental— eran de los pocos objetos que los esclavos podían llevar consigo a través del Atlántico3. A lo largo de la exposición, las conchas de cauríes aparecían dispuestas de diversas formas —tapizaban las lonas de polietileno, se entrelazaban en los bucles que colgaban del techo y decoraban las molduras de las casas chattel que se hundían—. En el video de Whittle, adoptan la forma de adornos corporales. En la actualidad, las cauríes son símbolos de prosperidad y protección y se asocian a los espíritus del agua, un motivo que Whittle repite en toda la exposición.
Bajo el título “June too soon…” [“Junio demasiado pronto…”], el primer capítulo de la película de Whittle muestra a la bailarina Divine Tasinda vestida de marinera bailando al ritmo de los sonidos cósmicos de la Sun Ra Arkestra en el edificio Clydeport de Glasgow (Escocia). Situado junto al río Clyde, la estructura barroca refleja la riqueza amasada por los señores del tabaco de Glasgow, que cosecharon fortunas con el comercio transatlántico de esclavos4. Empalmado con imágenes de archivo en blanco y negro de una plantación azucarera de Barbados, el pasado y el presente se unen a través de los océanos, convergiendo en la rotonda donde tiene lugar la hipnotizante coreografía de Tasinda. Recostadas sobre plataformas en la parte delantera de la sala de reuniones revestida de mármol y nogal francés, Whittle y su compañera, la artista y curadora Sabrina Henry, lucen opulentos accesorios hechos de brillantes conchas de cauríes y conchas de caracolas araña. Su descanso se convierte en un potente símbolo de resistencia, un breve momento de desafío contra la implacable crueldad de la esclavitud y el desplazamiento que construyeron la estructura del escenario de la película. El escenario institucional evoca tensas historias coloniales, mientras que la corona de cauríes, la gargantilla, los collares y los pendientes que adornan los cuerpos de Whittle y Henry simbolizan la resistencia de su herencia cultural.
Más adelante, en el capítulo “August, come it must” [“Agosto, venir debe”] Whittle aparece sentada en una pequeña barca de madera que flota en las tranquilas aguas del lago Retba de Senegal. Vestida con un sedoso traje estampado de guepardo, lleva un cinturón de cauríes ceñido a la cintura. Al ritmo de una composición sónica de Yves B. Golden, que consiste en estática chirriante, tambores ceremoniales y sonidos distorsionados de gotitas de agua, Whittle se levanta, echa la cabeza hacia atrás y abre el pecho al cielo, con los brazos girando como el efecto Coriolis de un huracán. Los materiales de esta escena forjan una conexión entre el movimiento y la memoria —la barca de madera evoca las embarcaciones que atravesaron el Pasaje del Medio; el cinturón de cauríes, un vínculo duradero con el hogar de Whittle en el archipiélago.
De vuelta a la galería, una cadena de acero con una polvorienta pátina roja y blanca serpenteaba entre hileras de sillas de plástico apilables, desapareciendo bajo las lonas de poliéster azules y marrones en la esquina de la sala. Mientras que la cadena evoca el trascendente legado de la colonización y la esclavitud, las lonas tienen un carácter inmediato debido a su ubicuidad en Los Angeles como recurso utilizado a menudo por nuestros vecinos sin cobijo. A principios de septiembre, cuando una tormenta tropical sin precedentes tronaba en dirección al sur de California, las organizaciones sin ánimo de lucro de la ciudad distribuyeron lonas y bridas a las comunidades sin cobijo. Estas muestras de cuidados e interés —actos de resistencia en sí mismos— recuerdan el valor y la fuerza de la comunidad a través de generaciones y geografías. Aunque esta exposición tiene sus raíces en la herencia barbadense de Whittle, también resuena en un público global para el que la catástrofe climática y la opresión sistémica son amenazas existenciales constantes.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla número 34.