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Para los artistas Eve Fowler y Lucas Michael, la recesión de 2008 pareció un momento tan oportuno como cualquier otro para establecer un espacio DIY (hágalo-usted-mismo) en Los Angeles. Su objetivo era impulsar a los artistas que admiraban y que se encontraban relegados en los márgenes del mundo del arte. Así nació Artist Curated Projects (ACP). Su único criterio curatorial era dar prioridad a artistas que carecían del respaldo de las galerías. Las exposiciones se realizaban en garajes, en el salón de Fowler o en galerías cerradas por vacaciones. Como explicó Michael en una ocasión: “Somos una operación sin presupuesto… Y nuestros proyectos tienden a tener un cariz queer”1. La programación era a la vez informal y conspirativa; cuando en 2012 les preguntaron si ACP aceptaba propuestas, Fowler respondió lacónicamente: “Si sabemos de quién viene”2.
Al crear principalmente un espacio para artistas masculinos queer y no cis, Fowler contribuyó a que artistas que eran a menudo ignorados por el mundo del arte pasaran a un primer plano (Michael abandonó el proyecto dos años después de su fundación)3. Desde sus inicios, muchos artistas del ACP han logrado la representación de la que carecían en un principio, como Math Bass y Celeste Dupuy-Spencer, cuyas obras se incluyeron en A Project Curated by Artists: 15 Years of ACP [Un proyecto comisariado por artistas: 15 años de ACP] en Morán Morán junto a otros 50 antiguos colaboradores de ACP.
15 Years of ACP se propuso realizar una retrospectiva de los logros de ACP al cumplir el proyecto una década y media. Dudaba de si el trabajo de tantos artistas, vinculados esencialmente por una línea de su CV compartida, lograría tener cohesión. Sin embargo, a pesar del pronunciado eclecticismo en formas y materiales, la exposición estaba unificada por un abrazo compartido de lo lúdico, lo absurdo y lo fantástico. El terreno semimágico de la infancia, que el teórico Jack Halberstam ha descrito como intrínsecamente queer y propenso a la rebelión4 (Durham: Duke University Press, 2011), 27.], era revisitado una y otra vez por diversos artistas. Surgieron payasos, juguetes, caricaturas y bromas visuales, como en la obra de Matthew Clifford Green, Today is feeling OK [Hoy se siente bien] (2023), que presenta una vibrante pintura con aspecto de tablero de ajedrez con una figura que mira con aprensión su reflejo arlequinado, o en Tel (2023) de Roni Shneior, donde una nariz bulbosa de resina epóxica sobresale pesadamente de un cuadro que representa una loma cubierta de hierba. Estas inclusiones lúdicas parecían hacer referencia a la historia rebelde de ACP, señalando un rincón del mundo del arte que crea sus propias reglas e invitando al público a cuestionar la lógica que imponemos tanto a los demás como a nosotros mismos.
Este espíritu de rebelión persiste a lo largo de 15 Years of ACP; la muestra está marcada por sorprendentes inversiones, uniones incongruentes, expectativas frustradas y metamorfosis incompletas. Las mastodónticas máquinas se convierten en algo etéreo y suave como de hule, como el camión tráiler pintado en suaves y centelleantes tonos morados en la obra Quilted Chrome (in violet) (2023) de Acacia Marable o el luminoso timón en espiral que se eleva como en un sueño en el óleo sobre lienzo Viking ship museum paper/ green [Papel de museo de barcos vikingos/ verde] (2023) de Chase Wilson. El entorno doméstico también se ve alterado por la escultura Fresh [Fresco] (2022) de Adrian Culverson, que parece un cojín de sofá estampado al que le han crecido entrañas tumorales, o por las tres truchas de cerámica brillantes y abiertas que Calvin Marcus ensarta para crear la base de su escultura Fish Lamp [Lámpara de pez] (2023). En ambos casos, los recuerdos mundanos son devueltos a la naturaleza, encarnando un esperpento normalmente reservado a las criaturas vivas. Estas juguetonas perturbaciones de la paz doméstica van emparejadas con un cosquilleo sexual latente que resuena toda la exposición; hay un sutil filo que resplandece a través de todas las bromas visuales. El “cariz queer” de ACP se manifiesta no solo en el carácter travieso de las obras seleccionadas, sino también en el hecho de que muchas de ellas parecen abrazar una estética juguetona y amorosa. Estuve un buen rato frente a una gran y hermosa fotografía de Paul Mpagi Sepuya de una persona joven colocada en pose clásica frente a una cortina negra, desnuda excepto por una chaqueta de espalda abierta y unas calcetas deportivas: mitad erótica, mitad irónica. Reinaba la extravagancia.
Aunque 15 Years of ACP recopila el trabajo de los artistas de ACP desde la fundación del proyecto, la exposición resulta muy oportuna, en parte porque muchas de las obras incluidas se han realizado en los dos últimos años. Sin embargo, la frescura de la exposición da testimonio de la visión de Fowler. El objetivo de ACP ha sido siempre mostrar obras que parecían urgentes y que, de otro modo, no se difundían, y Fowler ha sido experta en hacer conocidos ciertos nombres. Hoy parece tan comprometida con el espíritu de ACP como siempre. A medida que el complejo industrial de instituciones establecidas engulle los espacios contraculturales, nunca ha habido un mejor momento para adoptar el popular lema LGBTQIA+ “no gay en el sentido de feliz, sino queer en el sentido de jódete”. A lo largo de los años, ACP ha hecho justo eso, mantener un espacio esencial para los artistas que hacen un trabajo que abraza el juego, la subversión y la rebelión. Si tenemos suerte, tendremos 15 años más.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla número 35.