Our advertising program is essential to the ecology of our publication. Ad fees go directly to paying writers, which we do according to W.A.G.E. standards.
We are currently printing runs of 6,000 every three months. Our publication is distributed locally through galleries and art related businesses, providing a direct outlet to reaching a specific demographic with art related interests and concerns.
To advertise or for more information on rates, deadlines, and production specifications, please contact us at ads@contemporaryartreview.la
Dos hombres luchan por contener a un caballo, con los brazos entrelazados y las frentes juntas. Parecen dirigir sus miradas a todas partes menos el uno hacia el otro, mientras gesticulan sobre la escena que los rodea y gritan a otros que trabajan arduamente esquilando las crines del caballo con fuerza brutal, dejando mechones de pelo irregulares y dentados como una marca de conquista. La cámara se detiene el tiempo suficiente para que la violencia se confunda con la intimidad, como si los dos hombres estuvieran inmersos en un abrazo prolongado. Esta escena es parte de la última película de Yalda Afsah, Curro (2023), presentada recientemente en la exposición individual de la artista Eye to Eye [Ojo a ojo] en JOAN, que incluía dos películas que exploran encuentros rituales entre humanos y animales. Curro destaca la ancestral celebración gallega de la Rapa das Bestas, donde manadas de caballos salvajes locales son conducidas desde las colinas y acorraladas en un ruedo, donde son esquiladas y sometidas hasta la sumisión. Aunque la tradición ha generado controversia al considerarse una forma de maltrato animal1, el enfoque de Afsah en Curro suaviza la brutalidad del acto. Sus tomas de barrido lento se apartan de los caballos, que están densamente apretujados y claramente inquietos, para centrarse en los actores humanos. Con un ritmo y un montaje deliberados, de modo que el sonido de su conmoción sea casi inaudible, el pietaje resultante da lugar a una reflexión sobre la doma de animales como rito de iniciación masculino. La película plantea preguntas sobre qué separa al ser humano del animal y cómo esa separación es forzosa. ¿Quién domestica a quién? ¿Y cómo podemos vivir y coexistir con animales que, como escribió el crítico John Berger, son “a la vez parecidos y diferentes” a nosotros2? Las películas de Afsah profundizan en la ambigua dualidad de la relación humano-animal, destacando cómo la domesticación entrelaza el cuidado y la compañía con la dominación y el control.
La segunda película de la exposición, SSRC (2022), presenta el Secret Society Roller Club, con sede en Compton. Este club reúne a criadores aficionados y apasionados de las palomas volteadoras, una raza domesticada por su habilidad para realizar piruetas en el aire. Filmado a cámara lenta, el vuelo de las aves en la película se percibe como simbólico, casi espiritual. Una única paloma se eleva sobre un cielo azul despejado, seguida por toda la bandada. De manera gradual, empiezan a girar como si descendieran del cielo, solo para recuperarse realizando volteretas perfectas. Los hombres en la parte inferior están reunidos en un silencio completo —no solo observando, sino admirando— con sus rostros vueltos hacia arriba, como beatíficos. Se entrelazan fragmentos de diálogos y entrevistas con tomas largas y prolongadas. En una escena, un hombre acaricia con calma a una paloma que sostiene en su mano y comenta: “No la estoy sujetando en absoluto”. A su vez, ella se apoya cómodamente en su cuerpo, claramente acostumbrada a ser manipulada, y le permite extender su ala durante varios minutos mientras la cámara registra cada erizamiento de sus plumas. La toma final muestra a la bandada despegando de su palomar, con la puerta abierta de par en par, dejando a las aves libres para volar y regresar según su propia voluntad.
La manera en que estas dos películas se yuxtaponen en JOAN —proyectadas en lados opuestos de dos grandes pantallas instaladas una detrás de otra, con una proyectándose después de la otra— crea una dicotomía, como si estuvieran presentando dos mitades de un mismo todo. En esta interpretación, Curro sugiere que la relación entre el hombre y el animal radica en el dominio físico y el poder. Aquí, son los hombres quienes ocupan el centro de la narrativa, franqueando la manada, empujando bruscamente por los flancos como si bailaran slam en un concierto. Hay un aire de bravuconería en su lucha por destacarse mutuamente en una representación colectiva de la masculinidad, mientras que el animal sirve como mero telón de fondo. El SSRC opera como su contraparte ideal, proponiendo en su lugar una relación de cuidado mutuo e independencia. Los miembros del club logran sus objetivos deseados solo gracias a su paciencia, delicadeza y compromiso a largo plazo con las palomas volteadoras. Incluso cuando la escena parece ser sobre los humanos, los pájaros están en el centro: mientras los hombres realizan apuestas y hablan entre ellos, sus manos trazan el elegante arco de las trayectorias de vuelo de las palomas. Sería fácil idealizar a uno y demonizar al otro, pero los matices de las películas de Afsah desmienten cualquier categorización sencilla. En Curro existen momentos de ternura y conexión, como una sonrisa compartida después de un chiste, una mejilla descansando en el hombro de otro, o un brazo ofrecido en señal de apoyo, igual que hay momentos de dureza y aislamiento en SSRC. En una escena, por ejemplo, un niño se proteje los ojos, imitando a los adultos. Cuando pierde interés en las acrobacias aéreas arriba y mira con entusiasmo al hombre frente a él, este, demasiado concentrado en las aves, no le presta atención. Al contrario que en Curro, no se trata de una actividad de vinculación grupal: el niño aprende a guardar silencio y observar también.
En última instancia, las películas de Afsah nos recuerdan que, como postula Berger, observar a los animales puede ayudarnos a entendernos a nosotros mismos. “Si la primera metáfora fue animal, fue porque la relación esencial entre el hombre y el animal era metafórica. Dentro de esa relación, lo que ambos términos —hombre y animal— tenían en común revelaba lo que los diferenciaba. Y viceversa”, escribió3. En otras palabras, es a través de nuestra comprensión como se constituye la animalidad, y a menudo en oposición a ella, como construimos nuestra definición de humanidad. Afsah revela que, mediante el proceso de domesticación de los animales, también quedamos atrapados en la red de rasgos que nos convierten tanto en humanos como en animales —dominación, control, compasión y conexión entre ellos— siendo nosotros mismos no del todo humanos, no del todo animales.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla número 35.