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Conocí la obra de Elmer Guevara cuando éramos estudiantes de posgrado en el Hunter College. Su presentación de trabajo de fin de carrera de 2022 consistía en una serie de pinturas figurativas de miembros de su familia y versiones de su yo infantil en South Central Los Angeles. Mi encuentro con la historia tanto personal como familiar contenida en estas obras me trajo a la memoria los primeros recuerdos que tenía de escuchar las historias de mis abuelos coreanos sobre su inmigración a la South Bay de Los Angeles durante la posguerra. Hace poco volví a encontrarme con la obra de Guevara, esta vez en su ciudad natal de Los Angeles, en su exposición en solitario House Money [Dinero de la casa] de 2023 en la Charlie James Gallery.
En la exposición, Guevara explora el trauma heredado de sus padres, que vivieron más de la mitad de la guerra civil de El Salvador antes de huir a Estados Unidos en la década de 19801. Los padres del artista se asentaron en South Central dentro de una comunidad de familiares y amigos que también emigraron de lo que él denomina el “viejo país”. La obra de Guevara transmite su compleja herencia dando cabida a las lagunas en los recuerdos (a menudo vacilantes) de su familia, a la vez que proporciona un valioso contexto para que las futuras generaciones de salvadoreños reflexionen sobre ello y lo amplíen.
Durante la investigación para la exposición, Guevara recurrió a relatos de primera mano de su familia y álbumes de fotos, así como a memorias, documentales y películas salvadoreñas2. Durante su trabajo en la serie, Guevara perfeccionó una técnica de transferencia en gel de fotografías, deformando digitalmente las imágenes para adaptarlas a los contornos de los cuerpos de sus sujetos antes de transferirlas a la superficie de su piel pintada. Dried Up on A Sunday [Desecado en un domingo] (todas obras de 2023) representa al hermano pequeño del artista tendido en la cama, recuperándose de una cruda. La piel desnuda de sus brazos, torso y piernas está habitada por fantasmales fotos de su familia e imágenes de la guerra civil de El Salvador y los disturbios de Los Angeles de 1992. La adición de las fotografías transforma las figuras de Guevara en recipientes, contenedores en los que estas historias pueden vivir con fluidez3. Las imágenes transferidas también exploran la subjetividad de la memoria, reconociendo la mutabilidad de las narrativas a través del tiempo y el duradero y tangible trauma intergeneracional.
Guevara se nos presenta como un joven en Young Grasshopper [Joven saltamontes]. Vistiendo una camiseta de Nick Van Exel —un guiño a la afinidad del artista con los Lakers de los 90—, agarra una caja de zapatos y un balón de básquetbol. Dentro de la caja de zapatos aparecen imágenes transferidas con gel de un Nintendo Game Boy y estampas de Spiderman, objetos que inducen a la nostalgia y que definieron a toda una generación de nativos digitales que crecieron a caballo entre la vida anterior y posterior a Internet. En diciembre, Guevara y yo reconectamos para conversar sobre las referencias culturales específicas de House Money y la dirección de su lenguaje visual en constante evolución.
Sigourney Schultz: ¿Qué te condujo hacia la pintura?
Elmer Guevara: Durante la mayor parte de mi adolescencia realicé grafitis. Conocí a mucha gente en la ciudad cuando viajaba de autobús, mucha gente que sigue haciéndolo hoy en día. En cuanto crecí un poco, conocí a algunos amigos que eran grafiteros, pero que también pintaban. Verlos pintar fue algo que me abrió muchísimo los ojos. Nunca había visto nada parecido, especialmente en mi barrio. Los artistas que se dedicaban al arte no lo hacían para ganarse la vida; lo hacían porque lo disfrutaban. Uno de ellos es uno de mis buenos amigos, Mario Gutierrez. Cuando yo estaba empezando, pasábamos mucho tiempo juntos en su apartamento. En buena medida, su sala de estar se convirtió en el estudio. Pasábamos mucho tiempo allí y él no paraba de pintar; se veía que era muy padre. Recuerdo que me dije: “Caray, tengo que intentarlo algún día”.
Hubo un tiempo en que quise ser paramédico o intentar alguna otra cosa, porque era la primera persona de mi familia que iba a la universidad. Tal vez me lo impuse a mí mismo… pero sentía que tenía el deber de convertirme en el próximo proveedor de la familia. Me parecía algo muy lejano: ser un artista estable económicamente se me antojaba un concepto muy utópico. Parecía un cuento de hadas.
Al final conseguí un lugar en Hunter [para cursar estudios de posgrado]… Fue una locura. No me llevé muchas cosas. Cogí dos maletas y unos pocos miles de dólares, y me fui. La experiencia completa fue muy intensa. Fue una locura adaptarse, pero estoy muy agradecido por haber tenido el valor de hacerlo. En cierto modo me recuerda a cómo mis padres dejaron su país para intentar mejorar sus vidas.
SS: Una vez que desarrollaste tu práctica pictórica, ¿cómo afinaste tu temática?
EG: De pequeño, vivía en un pequeño núcleo de población con mucha inmigración. Pero estábamos muy influenciados por la televisión. Fuera de ese pequeño núcleo, eran muchas las cosas que ocurrían socialmente en Los Angeles [y] especialmente en South Central. En los años 90 había una gran presencia de la cultura de las bandas. Así que crecí con toda esa herencia personal salvadoreña, pero luego la parte angelina se basaba más en las cosas sociales que ocurrían allí… Inicialmente, ahí es donde empezó mi base.
SS: Tu obra también ahonda en la historia de migración de tu familia tras la guerra civil de El Salvador. Tengo curiosidad por saber cómo ha sido para ti el proceso de develar estas historias.
EG: Es un reto, pero lo considero investigación. Mi padre no habla de ello. Intento sacar el tema a relucir, pero sé que supone un gran peso para él. Incluso cuando [mi familia] habla brevemente de ello, lo hacen en susurros. Es un tema que les vuelve paranoicos. Sigue siendo un motivo de agitación.
Mi madre está mucho más dispuesta a hablar de ello. Pero cuando escucho los recuerdos de mi madre, tengo en cuenta que la memoria se distorsiona mucho. Me cuenta cosas que recuerda, pero han pasado muchos años. He realizado un par de grabaciones de voz con ella. Creo que es importante mantener la narración dentro de la familia. Obviamente, se trata de algo traumático, pero mi madre es abierta. Y también algunas de mis tías. La mayoría de las veces empieza con una conversación, chismeando, y al final van profundizando un poco. Pero siempre soy consciente de cómo se distorsiona la memoria. También soy consciente de que probablemente no me cuenten toda la historia porque es muy traumática. Intentan ofrecerme una versión apta para menores.
SS: Más allá de hablar con tu familia, ¿a qué otras fuentes recurres?
EG: Muchas de las otras fuentes que utilizo para documentarme provienen de la lectura de memorias. Hay un renacimiento de la literatura procedente de salvadoreños, gente que ha empezado a escribir sobre sus viajes de inmigración aquí [a Estados Unidos]. Estos libros muestran explícitamente ciertas cosas que ocurrieron allí. Todavía se están procesando.
Volví [a El Salvador] hace dos años. Gran parte del antiguo país del que pro-vienen mis padres todavía está como lo dejaron. No ha cambiado mucho porque [el proceso de reconstrucción va] mucho más despacio que en la ciudad.
Ha sido estupendo aprender. Ni siquiera sabía por qué mis padres vinieron a este país hasta que fui adolescente. Entonces me di cuenta: “Oh, en realidad huían de una guerra. Por eso vinieron aquí”. Pero nadie en la escuela me lo enseñó nunca, así que tuve que indagar un poco para entender [la historia].
SS: Con frecuencia incluyes referencias a esta investigación mediante el método de transferencia de gel. ¿Qué le inspiró a probar esta técnica?
EG: Empecé a utilizarla durante mis estudios de posgrado en Hunter. Me gustaba el trabajo de Njideka Akunyili Crosby, una artista nigeriana que radica en Los Angeles. Las emplea mucho en el vestuario y en las paredes [de sus obras]. Sin duda, ver su obra me influyó mucho. Intentaba ver qué podía hacer e innovar a mi manera.
Antes de escribir mi tesis, pintaba botellas y, sin apenas darme cuenta, empecé a pensar en el concepto del cuerpo humano como recipiente. También me planteaba cómo guardamos los recuerdos y los distintos traumas. Intentaba encontrar una forma de representar el trauma heredado, uno de los principales temas que suelo [explorar] porque me preocupa lo que se transmite genéticamente a la siguiente generación y demás. Simplemente no sabía cómo captar [este concepto], me parecía casi intangible. ¿Cómo se puede representar este elemento genético que pasa de un cuerpo a otro? De ahí surgió la idea de poner [las transferencias fotográficas] dentro de la carne.
SS: ¿Crees que reelaborar estas imágenes con el proceso de transferencia te ayuda a procesar los recuerdos que hay detrás de ellas?
EG: Creo que lo que me hace difícil experimentar o reexperimentar ciertos recuerdos, en concreto, aquellos más antiguos que son anteriores a mi época, es que nunca los he experimentado del todo. Intento recomponer los recuerdos de mis padres. Me resulta difícil sentir realmente ese trauma. Creo que lo llevo dentro porque es un trauma heredado, lo que pasa es que no siento los efectos secundarios explícitos, aunque quizá se manifiesten en forma de ansiedad.
Con mis retratos o los de mi hermano… la experiencia de vivir en South Central se hace más tangible. Creo que es una lección de humildad recordar ciertas cosas que te han hecho ser quien eres. Cuando veo algunas de estas imágenes, conozco estas tres esquinas; he visto esa licorería. Me despierta recuerdos. No todos son buenos, pero en cierto modo me ayuda a procesarlos y a olvidarlos. También me ayuda a reflexionar sobre ellos. Incluso los más duros fueron experiencias de aprendizaje.
Además de reflexionar sobre las penurias del pasado, tus retratos de la infancia también resultan nostálgicos, evocando el optimismo de los años 90. Me encantan las referencias al McDonald’s, que para mí y para muchos otros hijos de inmigrantes simbolizaba el sueño americano.
EG: Es curioso, porque pienso que estos símbolos nostálgicos son solo [parte de] mi vida. Pero luego me di cuenta de lo mucho que afectaban a otras personas. Yo no era el único que iba tanto a McDonald’s, y no era el único niño que jugaba con cartas de Pokémon. Fue toda una generación de personas.
Siempre pienso en los aparatos electrónicos porque realmente te transportan al pasado. Ya se trate de grabadoras de casetes, audífonos, Game Boys, reproductores de CD o iPods, todo consiste en mostrarte lo rápido que avanzan las cosas. Es bonito intentar que el espectador haga una pausa y reflexione sobre la época a través de esos símbolos y aparatos electrónicos. Eran tiempos en los que ocurrían muchas cosas especiales porque todo era muy sencillo.
SS: También incluye muchas referencias a los Lakers que se sienten conectadas a este momento nostálgico de los 90.
DEG: [En] 2000, yo tenía nueve años y los Lakers ganaron el campeonato. Estaba en primaria, pero lo recuerdo muy claramente. Fue estupendo ir al desfile. Lo ganaron tres años consecutivos, cuando yo tenía nueve, diez y once años. ¿Te imaginas ser un niño y que tu ciudad gane año tras año? ¿Cómo no ibas a ser fan de los Lakers en Los Angeles en aquella época?
También me atraen las camisetas porque ocupan un lugar destacado entre la ropa urbana. Me encanta evocar los tiempos pasados para recordar a la gente que estos tipos eran buenos entonces. No podemos olvidarnos de ellos. Y también de manera simbólica, pienso en el básquetbol y en cómo ha sido una herramienta para que muchos chicos de la barriada salieran de sus barrios. Creo que el deporte ha sido una herramienta [para] aquellos que intentan superarse. Así que, simbólicamente, es algo muy especial.
SS: ¿Qué te gustaría que se llevaran los espectadores de tu perspectiva específica de la ciudad como angelino?
EG: Los Angeles es un lugar muy rico y denso. Ya se han hecho suficientes películas: la gente conoce los autos tuneados [lowriders], ciertas prendas de vestir, las palmeras y los helicópteros. Hay ciertos símbolos que se transcriben fácilmente gracias a los medios de comunicación y a cómo se ha retratado Los Angeles. Hay suficiente para que la gente entienda [las generalizaciones sobre Los Angeles]. Mi objetivo es dar a la gente un ejemplo más concreto, más crudo, que provenga de alguien que ha caminado por las calles, en contraposición a alguien que se limita a dirigir [una película] o intenta retratar [cómo es]. Me gustaría dar acceso a mi particular rincón de la ciudad.
Esta entrevista se publicó originalmente en Carla número 35.