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Los fotógrafos han investigado la performance dentro del autorretrato antes de que el avance de las tecnologías hiciera habitual jugar con la identidad y la autopresentación. A finales de la década de 1970, por ejemplo, Cindy Sherman se fotografiaba a sí misma haciéndose pasar por las sensuales estrellas de las películas de Hitchcock o Antonioni, creando imágenes que examinaban los estereotipos de género y la inestabilidad de la presentación de uno mismo. Los smartphones y las redes sociales han hecho proliferar esta práctica, creando una generación de fotógrafos para los que hiperbolizar para la cámara es una parte más de viajar, comer o simplemente existir. Pero una reciente exposición en el Hammer Museum puso de manifiesto que el aclamado fotógrafo armenio egipcio Van Leo investigó la relación entre identidad, performance y fotografía mucho antes de que se produjera cualquiera de los momentos mencionados en los cánones culturales o de la historia del arte occidental. En esta exposición, la primera de carácter internacional del fallecido fotógrafo de El Cairo, se ofrecía a los espectadores una visión íntima de la vida personal y creativa de un individuo obsesionado con el uso de la fotografía para documentar el yo y sus permutaciones. Aunque Van Leo no empezó a gozar de reconocimiento institucional hasta el final de su vida, Becoming Van Leo [Convertirse en Van Leo] mostró cómo su vida y su obra fueron una declaración temprana sobre la fluidez y la naturaleza multifacética de la identidad.
La exposición estaba estructurada cronológicamente, comenzando por la infancia del fotógrafo y abarcando toda su carrera, desde sus primeros experimentos en la década de 1930 hasta su práctica en el estudio, que se prolongó hasta la década de 1990. La primera sección de la exposición mostraba fotos de Van Leo, nacido Levon Boyadjian en 1921 en el seno de una familia cristiana de clase media que llegó a El Cairo a principios de la década de 1880, huyendo de la violencia étnica del Imperio otomano. Aparece con su familia y sus compañeros de colegio, pasando de ser un niño vestido de ángel a un joven con ropa deportiva, lo que demuestra su temprana fascinación por los disfraces y las actuaciones. Estas fotos iban acompañadas de un mezcolanza de objetos personales, como trofeos, tarjetas de presentación y libros. En esta narración temprana se incluyen fotografías tomadas en el primer estudio fotográfico comercial de Van Leo, que abrió con su hermano en el apartamento familiar en 1941. Bautizado como “Studio Angelo”, atendía a artistas que pasaban por El Cairo en busca de fotos glamurosas, un género en el que Van Leo empezó a desarrollar el uso cinemático de la luz y las sombras por el que más tarde sería conocido.
En el centro del bucle cronológico en el que estaba enrollada la exposición, extendido a lo largo de la pared exterior de la galería, se encontraban los autorretratos de Van Leo tomados en la década de 1940, que representaban una pequeña selección de los centenares que realizó a lo largo de los años. Estos autorretratos, que en su mayoría se mostraban por primera vez con motivo de esta exposición, eran empeños privados, realizados cuando el artista cerraba su estudio al público durante unas horas al día. En la mayoría de ellos, Van Leo aparece ataviado con diversos trajes y posando con accesorios de utilería, cada imagen construyendo un personaje diferente. Para convertirse en Jesucristo, el Hombre Lobo, el Zorro o cualquier otra figura, se dejaba crecer la barba, se afeitaba la cabeza y modificaba peso. En una de las fotografías, nuestro protagonista luce una chaqueta y una barba poblada, con la camisa abotonada extremadamente alta, mientras apunta a la cámara con una pistola. Encuadrada como si el espectador mirara por el ojo de una cerradura, Van Leo está iluminado desde abajo,
creando duras sombras que extienden dramáticamente sus cejas hacia arriba. Otro Self-Portrait [Autorretrato] (domingo, 1 de noviembre de 1942) muestra al artista imitando furtivamente a una estrella de cine. Luciendo labial, un collar y aretes de botón, mira fijamente fuera de cámara, el encuadre descentrado. Un vestido oscuro se desliza hacia abajo por su cuerpo, dejando al descubierto su pecho desnudo. Su mandíbula está muy marcada y sus ojos un poco melancólicos, como si fuera a echarse a llorar: el espectador empieza a comprender el compromiso emocional del artista con sus hiperbólicas permutaciones del yo.
Cada uno de los autorretratos de Van Leo explora las numerosas influencias internas y externas que moldearon su identidad. La influencia tanto de Hollywood como del cine egipcio está sepultada en las páginas de sus cuadernos —expuestos en la sala central de la exposición—, llenos de nombres, años y lugares de nacimiento de famosos, como si estos detalles formaran parte del mundo interior del artista. Estos manuscritos, legados a la American University in Cairo pocos años antes de su muerte, atestiguan el tiempo a solas que Van Leo dedicaba a los iconos cinematográficos. “Fotografías, películas, revistas… eran la materia de la que están hechos los sueños”, escribió el curador de la exposición Negar Azimi sobre la obra de Van Leo en Aperture en 2017. “El estudio fotográfico era en sí mismo una especie de máquina de los sueños”1. Más allá de sus detalladas notas sobre celebridades, el cambio de nombre —de Levon Boyadjian a Van Leo— rendía homenaje al mundo cinematográfico del que se anegaba. Tras haber interiorizado por completo sus queridos personajes cinematográficos, Van Leo empezó a interpretar una nueva identidad compuesta a partir de los muchos personajes que veía en la pantalla, manifestando plenamente la máquina de los sueños.
Además de los autorretratos y objetos personales, Becoming Van Leo mostraba algunos de los logros públicos más significativos del artista. A mediados de su carrera, era conocido por sus fotografías de famosos actores egipcios como Omar Sharif, Rushdy Abaza y Samia Gamal. Su foto de la actriz y cantante Shérihan, Shérihan. Actress. Photo before she was on screen [Shérihan. Actriz. Foto antes de aparecer en pantalla] (1976), muestra a una joven vestida de vaquera, empuñando lo que podría ser la misma pistola que Van Leo había utilizado en su autorretrato años antes. De pie, con los pies orientados en direcciones opuestas, proyecta una larga sombra a sus espaldas, iluminada desde un ángulo en plano picado en un ejemplo perfecto de las dotes de Van Leo para la iluminación dramática. Mientras que esta joven se convertiría más tarde en una célebre actriz e icono de la cultura pop con una afición camaleónica por los cambios extravagantes de vestuario, aquí aparece discreta y ambigua. Frente al objetivo de Van Leo, se convierte en un vaso comunicante para la tesis visual del fotógrafo: que la identidad, ya sea interpretada para la cámara o no, puede ser algo multitudinario, sin categorizar y sorprendente. Su aceptación de esta indeterminación estaba muy adelantada a las normas cinematográficas y culturales de la época.
En un momento en que los conceptos de identidad y roles de género eran mucho más rígidos y predominantes, Van Leo creó un mundo fotográfico en el que el yo podía ser algo compuesto: tanto un vaquero como una estrella de cine. Mientras Van Leo vivía en una ciudad progresista, las estrellas de sus amados mundos cinematográficos estaban encasilladas, reflejando los estereotipos de género y raza rígidos que él remezclaba y desafiaba. Encontró su base en las fluctuaciones de la identidad, reinventándose ante la cámara y representando diversos géneros y personalidades. Becoming Van Leo cuenta más que simplemente la historia del viaje de Levon Boyadjian para convertirse en el fotógrafo Van Leo: anticipa la manera en que la cultura ha avanzado hacia concepciones de género más expansivas, un camino que Van Leo ayudó a allanar.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla número 34.