Our advertising program is essential to the ecology of our publication. Ad fees go directly to paying writers, which we do according to W.A.G.E. standards.
We are currently printing runs of 6,000 every three months. Our publication is distributed locally through galleries and art related businesses, providing a direct outlet to reaching a specific demographic with art related interests and concerns.
To advertise or for more information on rates, deadlines, and production specifications, please contact us at ads@contemporaryartreview.la
“¿Cuántas palabras dice?”. Me quedé completamente sorprendida cuando el pediatra de mi hijo me preguntó esto durante su revisión de dos años. El año anterior lo había pasado obsesionada con las precauciones de Covid-19 —así que el hecho de que hablara un total de siete palabras no se me había ocurrido que pudiera ser un problema—. Sin embargo, poco después de esta cita, comenzamos el largo proceso de evaluación para que pudiera recibir terapia del habla sufragada por el Estado de New York. Después de ver a mi familia, los evaluadores preguntaban si se hablaba algún otro idioma en casa. A esto siempre respondía con un “no” defensivo y definitivo. Aunque una parte de mi cortante reacción se debía al sentimiento de culpa por no hablar coreano a mi hijo, se debía más bien a mi sospecha de que lo que se proyectaba sobre nosotros era el mismo “defecto” que se me atribuía a mí al crecer como niño bilingüe y con inglés como segunda lengua. A raíz de la violencia antiasiática descontrolada en Estados Unidos, y sabiendo que mi piel determina mi seguridad, no quería que el idioma se convirtiera en otra razón por la que nuestra familia fuera tratada como si no mereciera el derecho a existir y ocupar un espacio en este país.
Mis/Communication: Language and Power in Contemporary Art, comisariada por Amy Kahng para la Paul W. Zuccaire Gallery de la Stony Brook University, presentó obras de 15 artistas contemporáneos que exponen el lenguaje como mucho más que una herramienta de comunicación. El lenguaje es un lugar de poder que influye en el cuerpo físico de uno mismo, creando límites en el espacio y acceso al capital. Posee la capacidad de crear o borrar la memoria colectiva. La exposición fue un respiro para mí, que todavía estoy luchando con las necesidades del habla de mi hijo. Las obras de arte permitieron que mis reflexiones sobre el lenguaje se apoyaran en algo más concreto, en lugar de propagarse ansiosamente en mi interior.
Instalada en un lugar destacado cerca del centro de la galería estaba Ashley (2018), un silenciador tapizado en cuero de la artista coreana-estadounidense afincada en Los Angeles Dahn Gim que emite una voz grabada de la artista y otras mujeres repitiendo “burrum, burrum”. La obra forma parte de la serie de Gim Names I Had You Call Me [Nombres que hice que me llamara] (2018) y la escultura lleva el título de un nombre que Gim utilizó en su día (otros nombres que la artista ha utilizado, como Erin y Catherine (ambos de 2018), también están representados en la muestra). Si bien nombrarse a sí misma puede ser un acto de empoderamiento, la experiencia de Gim sugiere un reajuste constante de su identidad, ya sea alimentado por la necesidad de tener un nombre que pueda ser pronunciado por los estadounidenses o un intento de reescribir su narrativa. Al igual que el absurdo de escuchar el sonido onomatopéyico de un coche en lugar de su sonido real, la obra de Gim revela la disonancia que se forma en uno mismo a través del lenguaje de los nombres.
Vogais Portuguesas/Portuguese Vowels [Vogais Portuguesas/Vocales portuguesas] (2016) de Clarissa Tossin explora aún más la brecha entre la propia identidad y el idioma. Una serie de esculturas de azúcar hechas a partir de moldes que se fundieron dentro de la boca de Tossin mientras pronunciaba cada una de las vocales portuguesas, la obra hace referencia a la historia de los pueblos indígenas de Brasil que se vieron obligados a abandonar sus lenguas nativas y adoptar el portugués en su vida cotidiana. Las esculturas de Tossin muestran cómo el lenguaje moldea nuestros cuerpos, y su uso de un material mutable sugiere cómo, con la repetición, podemos empezar a perder la capacidad de hablar nuestra lengua materna, ya que perdemos la memoria muscular de cómo se hablaba esa lengua.
En Museum Manners for Siri [Modales de museo para Siri] (2016), una obra de video de Jisoo Chung, residente en Los Angeles y Seúl, la artista lee a Siri las normas en inglés publicadas en el Museum of Modern and ContemporaryArt de Seúl. El video muestra a Siri malinterpretando repetidamente la pronunciación en inglés de Chung, lo que da lugar a una sucesión de errores cuando la tecnología de IA intenta transcribir su dictado —Siri confunde “artwork [obra de arte]” con “Arbor [arboleda]”, y “step back [retroceder]” se convierte en “stab back [devolver la puñalada]”—. Chung interpreta estos comandos mal traducidos en su video mirando una columna de madera en lugar de una obra de arte y apuñalando la espalda de otro espectador en el museo con un tenedor de plástico, en lugar de apartarse de la obra de arte. En The Horseshoe Effect [El efecto herradura] (2013), de Kim Schoen, una mujer blanca, joven y vestida de forma profesional, ora dentro de una extraña sala llena de columnas y mantos de piedra como los que suelen verse en los interiores clásicos. Su monólogo, con frases confusas de jerga académica, carece de sentido. Aunque estas obras tienen orígenes divergentes, ambas tratan del lenguaje como una barrera hegemónica en lugar de una herramienta de comunicación y una fuente de acceso. En la obra de Chung, vemos la omnipresente preferencia de la pronunciación “estándar” del inglés, incluso codificada en nuestra tecnología. En la obra de Schoen, aunque no se transmita ningún contenido, la oradora continúa con una autoridad inquebrantable, insistiendo en su poder aunque no haya nadie que la escuche.
A pesar de los complejos temas de la exposición, como el poder, la hegemonía occidental y la colonización, persiste un aire de ligereza y humor. Esto tiene sentido, ya que el humor alarga el tiempo —haciendo que el espacio se detenga y observe, especialmente en los casos de fracaso, como la ruptura de la comunicación—. Cuando salí de la galería, detecté una nueva vivacidad en mi andar. Pensé que tal vez el antónimo de la falta de comunicación no es la comunicación; tal vez lo contrario del discurso imperfecto de mi hijo no es el discurso perfecto. Pasé a un espacio más amplio y abierto —ya conocía este lugar, pero tiendo a olvidarlo— donde existe un coro de historias en nuestras lenguas rotas, íntimas y a veces secretas.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla número 28.