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El invierno pasado, los visitantes del salón de la artista y comisaria Yelena Zhelezov fueron testigos de una evocadora transformación del espacio privado. En un modesto complejo de apartamentos de Highland Park, Zhelezov se inspiró en una novela especulativa y reunió 11 obras de cinco artistas que, en conjunto, exploraban la noción de aislamiento y sus inesperados momentos de creatividad, humor y encanto. Titulado Who is it that I am writing for?, la exposición fue la presentación inaugural en la sala de estar de Zhelezov como espacio artístico, llamada Certain Fallacies —un proyecto concebido originalmente durante la cuarentena de Zhelezov en el apartamento de sus abuelos en su Bielorrusia natal (que ella describió en nuestra correspondencia como una “cápsula del tiempo de la URSS”)—. Zhelezov trasladó la idea a su apartamento de Los Angeles debido a la situación política cada vez más tensa en su país. A la luz de nuestras recientes y prolongadas cuarentenas, la exposición reflejaba el inevitable vagabundeo mental y el monólogo interior —las profundas inmersiones en la memoria, los trenes de pensamiento aleatorios desencadenados por el casualmente adictivo desplazamiento del teléfono— provocados por el confinamiento a largo plazo.
Piranesi, la novela de 2020 de Susanna Clarke de la cual la exposición tomó su inquisitivo título, narra la existencia solitaria del protagonista en el interior de una turbia casa laberinto en la que está aprisionado un océano y que, por tanto, está en constante estado de inundación. Las obras de la exposición respondían afectivamente al tema de la novela de la soledad acuática y laberíntica y a las desorientaciones que la acompañan; juntas formaban una constelación suelta de soledades superpuestas, residuo de meses de aislamiento que ahora sale a relucir. Este entramado conceptual conectaba obras que, en su mayoría, eran esculturales, pero que iban desde la cerámica hasta el ensamblaje, pasando por la pintura y una obra participativa que invitaba a la interacción del público. En el espacio semipórtico de la sala de estar de un apartamento —el mismo lugar en el que muchos de nosotros estuvimos confinados durante nuestras respectivas cuarentenas—, las experiencias interiores de los distintos artistas se escenificaron en relación espacial entre sí, forjando conexiones inesperadas en una silenciosa coreografía doméstica. En este espacio, los espectadores se convierten en testigos discretos de la soledad de los demás. Las obras señalaban no solo las realidades más incómodas de vivir solo en una época de incertidumbre política y médica superpuesta —soledad abrumadora, distracción, pensamientos cíclicos— sino también el humor, el juego, la creatividad y las formas de solidaridad que puede suscitar. Toda cuarentena tiene sus fases: la desesperación, el aburrimiento, el exceso de energía que da lugar a rachas creativas ad hoc. Who is it that I am writing for? nos recuerda que en nuestros episodios de aburrimiento y exceso que todo lo consumen nunca estuvimos realmente solos.
Los cuatro cuadros en forma de pantalla de Jason Burgess, Seduction [Seducción], Hollywood Ending / Thai Town [El final de Hollywood / Thau Town], Strip Mall / Torrance [Centro comercial / Torrance] y Tesla at Sunset / Echo Park [Tesla en la puesta de sol / Echo Park] (todos de 2021), juegan con la categoría estereotipada de la pintura al aire libre. Los paisajes vidriados —un árbol desenfocado que emerge de una franja verde o un cielo atmosférico del color de la puesta de sol— recuerdan el conocido efecto de distorsión de una imagen cuando sale de la periferia del contenido de Instagram. Las superficies opalescentes de las pinturas se superponen con ráfagas casuales de marcas de colores, añadiendo un elemento individualizado al desplazamiento mecánico del teléfono que se ha convertido en una actividad omnipresente de nuestras vidas contenidas y en cuarentena, reclamando el contenido por medio de este pequeño gesto rebelde. Con un sentido del humor tímido y autocrítico, las recatadas cerámicas figurativas de Siobhan Furnary invocaban los estados de agobio y agotamiento que corren paralelos al aislamiento prolongado. Enraptured by the art at the museum, he needed to lay down [Embelesado por el arte del museo, necesitaba descansar] (título provisional, 2021) —un cisne de cerámica blanca salpicado de esmalte azul, que yace “desmayado” en el borde de un pedestal de plexiglás— encarna el agotamiento, mientras que Crying Woman [Mujer llorando] (2021) adopta un enfoque más directo: un autorretrato a escala de la artista arrodillada y llorando entre sus brazos prolijamente entrecruzados.
Las dos esculturas de ensamblaje colgantes de Rachel McRae, ConfigRange_04 (2019–2021), combinaban objetos dispares como conchas de ostras recogidas en las orillas del río Támesis de Inglaterra; el popular e hipnótico “fidget-spinner”; extensiones de pelo fluorescentes; y místicas piedras brujas —piedras de vidrio con un agujero natural en su centro— del folclore británico. Los objetos están unidos por el tipo de correas elásticas negras que se pueden encontrar en un gimnasio de CrossFit. En nuestra era del bienestar y el autocuidado, en la que las tendencias toman prestados indistintamente de los mundos espiritual, natural y consumista (la quema de salvia, el gua sha, las mascarillas coreanas, por nombrar algunos), los arreglos espontáneos de McRae ponen de manifiesto tanto nuestra susceptibilidad al marketing como la inquieta creatividad de la cuarentena, durante la cual todos nos vimos obligados a reconciliarnos más íntimamente con los objetos de nuestros espacios domésticos.
La propia contribución de Zhelezov a la exposición, You saw it in a film, or maybe in a painting [Lo has visto en una película o quizás en un cuadro] (2021), adoptó la forma de un instrumento parecido a una lira instalada en la pared, hecha de una mezcla de sal, harina y agua, y ensartada con hilo vintage, que se ofrecía como si animara la vida contenida con un poco de acompañamiento musical casero. Y cuando los visitantes salían del espacio para volver a sus propias islas de interioridad, eran libres de arrancar una página de la carpeta de espiral de Anna Zoria, cada una de ellas marcada con la emblemática frase I AM NOT ALONE [NO ESTOY SOLO/A] (2019).
El conjunto de las obras en coro se lee como un experimento de cámaras de eco contiguas, que rastrea las superposiciones y resonancias imprevistas que se producen cuando se materializan en masa distintos espacios mentales. Las subjetividades individuales de los artistas se unieron en una especie de cuarentena colectiva, cada uno a la deriva en sus propios experimentos solitarios, pero sirviendo como testigos de las experiencias de los demás. Su presencia compartida aligeró la carga de la soledad con un humor suave y una exuberancia creativa, recordándonos el poder curativo de la comunidad. Al entrar en la sala de estar de Zhelezov, se nos invitó a participar en esta soledad comunitaria —a ser testigos del fruto de las aventuras de los demás y a reflexionar sobre las nuestras—, un acto del que podríamos salir un poco menos solos.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla número 28.