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If it’s good for you, it’s fine by me [Si te parece bien, por mí está bien], una exposición colectiva que se presentó la pasada primavera en Real Pain era, aparentemente, una muestra sobre el bar del barrio. Concebida durante el confinamiento por el Coronavirus, la exposición servía de elegía a nuestros bares locales vaciados, lugares en los que normalmente podríamos disfrutar de la comunidad de extraños o de la comodidad de la soledad fuera de nuestros hogares. La exposición sugería un archivo frenético, un intento de preservar la textura sensorial y la memoria de estos lugares sagrados. En concreto, se celebraban los elementos sucios de los bares de mala muerte del barrio: vasos de coctel desparejados, carteles de neón parpadeantes, la cera roja goteando de una botella de Maker’s Mark. Desde entonces, los bares reales han empezado a reabrir lentamente; ya no tenemos que confiar en las aproximaciones de galerías de arte a los carteles de neón, al sonido de las pistolas de refrescos o al espantar de los borrachos de bar. Afortunadamente, la exposición ha superado la mera nostalgia y nos ha pedido que consideremos nuestro papel activo dentro de nuestras comunidades, ya que el bar representa un centro de actividad. Dentro de las paredes de Real Pain, los visitantes eran simultáneamente espectadores y participantes en la exposición —las obras de arte, y por extensión la galería, tenían el potencial de transformarse simplemente con nuestra presencia—. Al desestabilizar los papeles de espectador y participante, la exposición provocó una investigación más profunda sobre cómo nuestra presencia, o la falta de ella, informa y define las comunidades que ocupamos más allá de las paredes de la galería.
Mediante el colapso de este turbio espacio espectador y obra de arte, la obra Bar Fly [Borracho de bar] (2021) de Adam Stamp, en la que el artista incubó y liberó moscas verde botella y moscas domésticas en la galería, desempeñó un papel fundamental. La presencia de las moscas no solo aludía sino que recreaba literalmente la visión de las moscas pululando por un bar. Pero al encontrarse con la mano de un visitante agitándose, la mosca y el espectador se convertían instantánea y momentáneamente en una nueva obra de arte, tanto una representación como una recreación de la puesta en escena de ese tugurio.
En Paraphernalia [Parafernalia] (2021) de Lena Daly y Dani Bonnet, seis obras de vidrio numeradas hacen un guiño a su título colectivo, asemejándose a la cristalería de una tabaquería con sus bases pesadas como matraces. Destacando las similitudes entre el estante de un bar, un head shop, un laboratorio de química y una exposición museológica, las esculturas aluden a sus posibles usos alternativos. De hecho, los vasos fueron encargados originalmente no como obras de arte, sino como vasos de coctel funcionales por Datamosh, un bar de Las Vegas. Trasladados de las mesas de cocteles de Las Vegas a los confines de Real Pain, los vasos se convirtieron en recipientes duchampianos llenos de contenido.
Julia Yerger y Harley Hollenstein adoptaron un enfoque más literal para el tema. Su gran (pero técnicamente en miniatura) diorama de sección transversal de un tugurio de dos pies de largo (y dos pies de alto) (acertadamente titulado Bar, 2020) considera cómo una obra de arte puede convertirse en funcional. El diorama se colgó en la pared a una altura que imitaba la barra de un bar —tentando a los visitantes a subirse a un taburete—. En este doble papel, la obra era un símbolo de la exposición en su conjunto, a la vez una alusión representativa y la cosa real a la que se aproximaba. Con un detalle meticuloso, hasta el cuarto de baño con grafitis, el diorama recuerda a las maquetas de los museos de historia natural —recreaciones directas de lugares concretos—. Sin embargo, Bar no representa ningún lugar real. Es más bien una representación destilada e idealizada de uno, una suma de las distintas cualidades que definen un tugurio. Al igual que la exposición en general, Bar carece de gente. Los vasos están medio llenos y las bolas de billar aparecen a mitad de la partida, casi instando al espectador a que coja un taco y tome el siguiente turno.
Dada la ausencia generalizada de personas en toda la exposición, la única obra figurativa de la muestra destacaba solemnemente. La fotografía en blanco y negro de Reynaldo Rivera, Tina, Mugy’s (1995), muestra a una travesti asiática elegantemente vestida, totalmente absorta en su actuación mientras un hombre en primer plano aplaude. Colocada frente a la entrada principal de la galería, la fotografía llamaba inmediatamente la atención, creando la sensación de estar sentado hombro con hombro con el hombre que aplaude, embelesado por la actuación. En su soledad, sin embargo, la fotografía amplifica la ausencia de figuras en el resto de las obras, enfatizando aún más el papel que nosotros, como visitantes, desempeñamos en la creación de la comunidad tan esencial para que un bar sea un bar.
Muchas de las fotografías documentales de Rivera fueron tomadas en Echo Park, que en su día albergó una próspera escena de bares LGBTQ latinxs. Sin embargo, los prósperos locales que aparecen en su obra han sido sustituidos por bares que atienden a una población más blanca y adinerada. Ahora que Los Angeles se enfrenta a las crisis conjuntas y combinadas de la gentrificación, la Covid–19 y el aumento de la desigualdad y que los espacios LGBTQ se ven especialmente afectados, la única fotografía de Rivera sirve como un duro recordatorio de los grupos y espacios más vulnerables a la violencia física y económica del año pasado, así como del importante papel que desempeñan los espacios nocturnos queer en la construcción de la comunidad y la cultura. En su dependencia del espectador para la activación, If it’s good for you nos pidió que consideráramos seriamente el papel de espejo que todos desempeñamos como miembros de la comunidad, a la vez observadores y participantes en la dinamización de la cultura local. Nuestra presencia en estos espacios se convierte entonces en algo activamente político. Los bares que elegimos frecuentar —o evitar— pueden acelerar o impedir la propagación de la gentrificación y, con ello, de una monocultura dependiente de nuestra aceptación pasiva.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla número 25.