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En 1996, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) hizo una invitación abierta a un encuentro intergaláctico en Chiapas, México, convocando a los seres vivos y aliados existentes dentro y fuera de la galaxia en demanda de democracia, educación y justicia. El grupo militante indígena no violento se había formado oficialmente dos años antes, cuando México se unió a Estados Unidos y Canadá en la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) de 1994, manteniéndose firme contra las reformas neoliberales, imaginando un mundo que no perteneciera a nadie y, por tanto, a todos. Aunque no asistieron formas de vida extraterrestre —al menos no revelaron su presencia a los zapatistas—, los lazos de solidaridad forjados entre los aproximadamente tres mil asistentes tuvieron un impacto duradero que aún resuena 25 años después.
La exposición Intergalactix: against isolation/contra el aislamiento en Los Angeles Contemporary Exhibitions (LACE) sacó a relucir el legado del EZLN rastreando instancias de resistencia colaborativa entre artistas y colectivos artísticos de Estados Unidos, México y Centroamérica. La exposición se dividió en cuatro “fases experimentales” establecidas por la comisaria Daniela Lieja Quintanar; cada una de ellas tejía las etapas de comunión, cruce, acción colectiva y mirada hacia atrás a través de las prácticas de los artistas. Al organizar la exposición de este modo, Intergalactix afirmó que la historia existe en un continuo en el que el presente —escrito hoy— se convertirá en el pasado, aprendido mañana.
En la primera fase, descrita en el mapa de la exposición como una “máquina del tiempo”, Beatriz Cortez, FIEBRE Ediciones y Kaqjay Moloj honraron a la comunidad maya kaqchikel de Guatemala. En la primera sala de la galería, piedras antropomórficas con rostros rudimentarios flanqueaban las paredes, frente a un retablo central de metal tallado con serpientes, caimanes y otros animales acuáticos conocidos por los kaqchikel como protectores del universo. Rodeada de agujas de pino en el suelo que crujían y se deslizaban con cada pisada, una estantería cercana contenía varios títulos, entre ellos del escritor de ficción Luis de Lión. Las obras de De Lión, uno de los autores maya kaqchikeles más importantes de la historia de Guatemala, transportan a los lectores al futuro y se oponen a los imaginarios coloniales y hegemónicos.
En la galería del fondo, una fase separada de la exposición contrastaba este espíritu de generosidad, centrándose en lo que ocurre cuando los inmigrantes abandonan sus credenciales, propiedades y familia a cambio de refugio. Aquí, el colectivo salvadoreño conocido como The Fire Theory presentó tres películas; en cada una de ellas, las voces de inmigrantes centro y sudamericanos suenan sobre escenas de paisajes urbanos y desérticos. En una de ellas, un hombre recuerda cómo, tras vivir un año en Arizona y ver cómo su familia enfermaba, regresaron a El Salvador, donde su padre tenía una casa y sus abuelos una granja. Otro hombre de Venezuela explica que los empleadores estadounidenses parecían infravalorar su título de licenciado venezolano y, en busca de empleo, aceptó trabajos extenuantes —a menudo, solo los trabajos físicamente exigentes son accesibles para los indocumentados.
Estos hombres describen un mundo que es más seguro y a la vez menos acogedor que su lugar de nacimiento —especialmente para los inmigrantes centroamericanos que se enfrentan a la extorsión de la patrulla fronteriza de México—. Estas luchas se exploran más a fondo en la contribución de Tanya Aguiñiga, que se centró en las fronteras como lugar de experimentación y porosidad. Presentada como documentación fotográfica, Metabolizing the Border [Metabolizando la frontera] (2020) narra el viaje de Aguiñiga a través de la frontera entre Estados Unidos y México, durante el cual llevó un traje inspirado en la imaginería mesoamericana. Fabricado con vidrio soplado para llevar puesto e incrustado con restos de la valla fronteriza, también era funcional, ya que contenía agua para su viaje. El énfasis de Aguiñiga en las experiencias corporales capta la resistencia física que la frontera sur exige al cuerpo. En el LACE, el traje se expuso de forma museográfica junto con Memoria (2020–21), una serie de quemadores de incienso realizados en colaboración con estudiantes refugiados en el refugio LGBTQ+ Jardín de las Mariposas de Tijuana.
Cerca de allí, la obra And it will be again… [Y será otra vez…] (2020–21) del Colectivo Cognate incluía cinco carteles LED con la frase “Esta tierra fue mexicana una vez. Siempre fue india. Y lo es. Y volverá a serlo”1 en español, kaqchikel, kumeyaay, mixteco, tongva y zapoteco. Con este guiño al pasado, la exposición concluye con “The Intergalactix Station [La estación Intergalactix]”, una sala al final de la galería repleta de efemérides de exposiciones y comunicados de prensa del archivo de LACE. Materiales de exposiciones como El Salvador (1981) y Art Against Empire: Graphic Responses to U.S. Interventions Since World War II [Arte contra el Imperio: Respuestas gráficas a las intervenciones estadounidenses desde la Segunda Guerra Mundial] (2010) sitúan a los espectadores en la historia de los movimientos de justicia social latinoamericanos de la galería y su compromiso con estos.
Fue aquí donde la exposición conectó el pasado, el presente y el futuro en un continuo entrelazado. Un póster de 1999 de Robbie Conal (con imágenes de Emiliano Zapata, líder de la Revolución Mexicana; el Subcomandante Marcos, portavoz del movimiento EZLN; y recortes de muñecos zapatistas mexicanos) se colocó sobre una selección de libros relacionados con los zapatistas de la biblioteca personal del comisario. La inclusión de este material de referencia apuntaba a la legibilidad de los símbolos culturales que se encuentran en Intergalactix; la experiencia de recorrer LACE mientras se reconocen —y a veces se aprenden por primera vez— mundos convergentes que se resisten a los métodos destructivos de historización. En un rincón de la sala, observé una alfombra que invitaba a los visitantes a sentarse, a hablar entre ellos y a reunirse del mismo modo que lo hicieron los zapatistas en 1996.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla número 25.