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En 1914, un cirujano estadounidense llamado Harry Sherman utilizó la teoría del color para determinar que el “verde espinaca” debía ser el nuevo color de los hospitales, ya que creía que este color complementaba mejor al rojo sangre de las sábanas y las paredes blancas que eran habituales en aquella época1. Sherman pasó a crear un entorno totalmente verde —incluyendo la iluminación, las paredes, los suelos, las sábanas y los aparatos médicos— y el color se extendió rápidamente a otros hospitales. El verde se sigue utilizando hoy en día en los entornos médicos, tal vez porque la idea inicial de que promueve una sensación de calma se ha mantenido firme2. El Big Pharma ha ido más allá, reconociendo el efecto del color en la psique y manipulando el espectro cromático para aumentar las conexiones mentales entre el consumidor y el medicamento. En su última exposición, Love Letter to L.A. [Carta de amor a L. A.], la artista Beverly Fishman utilizó el verde (entre otras tonalidades cuidadosamente seleccionadas) con un propósito similar, continuando con su permanente exploración de la naturaleza abstracta del dolor y el bienestar. La exposición analizaba y se reapropiaba de la reivindicación de las grandes farmacéuticas de nuestras experiencias individuales y matizadas, utilizándolas para comercializar sus productos entre nosotros, un público consumidor cada vez más medicado. Las nuevas pinturas de Fishman sobre paneles moldeados mantienen una provocadora línea de investigación sobre el seductor, pero en última instancia destructivo, control que los conglomerados farmacéuticos ejercen sobre el público.
Con títulos como Untitled (Epilepsy, Pain, Chronic Pain, Opiate Dependence) [Sin título (Epilepsia, dolor, dolor crónico, dependencia de opiáceos)] y Untitled (Pain, Asthma, Anxiety) [Sin título (Dolor, asma, ansiedad)] (ambas obras de 2021), los cuadros de Fishman parecen disposiciones geométricas de pastillas, cápsulas y píldoras, como cócteles recetados para las dolencias indicadas entre paréntesis en el título de cada obra. La mayoría de nosotros tenemos respuestas sinestésicas al color —emociones que surgen cuando vemos ciertos tonos— y las empresas farmacéuticas tienen en cuenta estas asociaciones cuando desarrollan sus productos. Los medicamentos para niños suelen ser de color rosa porque este color sugiere algo dulce3. El amarillo connota alegría o el sabor brillante de un limón. El azul es calmante, el verde reduce la ansiedad y el naranja inspira un espíritu de optimismo. Partiendo de estos conocimientos, Fishman utiliza una paleta general de rosas polvorientos, lilas suaves, azules fríos y arenas pálidos, mezclada con algún que otro choque de verde lima, amarillo nuclear y naranja cono de tráfico. En Untitled (Insomnia, Pain, ADHD, Pain) [Sin título (insomnio, dolor, TDAH, dolor)] (2020), los centros de las distintas formas —un rectángulo con dos esquinas redondeadas, dos óvalos y un semicírculo— están huecos, dejando ver la pared blanca de la galería que hay detrás. Sus contornos, con un efecto de brillo, se perfilan con tonos llamativos que realzan la luminosidad. Las tonalidades más enérgicas parecen representar el ímpetu y el vigor del efecto inicial y aliviador de una píldora que consigue su pretendido alivio físico o mental. Los tonos masilla y malva evocan la inevitable abstinencia y los efectos secundarios más siniestros de los medicamentos.
Fishman juega con las estrategias históricas del arte, reimaginando la seducción y el control de los movimientos Finish Fetish y Light and Space para aproximarse a la forma en que la industria farmacéutica atrae primero y luego traiciona a quienes están en la agonía de la dependencia a sus drogas. Las formas sencillas y brillantes se inspiran en artistas minimalistas californianos como Craig Kauffman, con sus plásticos en forma de píldora y sus abstracciones de borde duro. La mezcla de acabados satinados y mates en las obras da como resultado una dimensionalidad engañosa, que difumina la concavidad de cada cuadro. Cada píldora es una nueva ilusión óptica, otro guiño a las falsas promesas y a los engaños del Big Pharma. Fishman impregna sus lustrosas y exuberantes obras con la implicación oculta de un sórdido fondo que se esconde bajo la llamativa fachada de la cultura farmacéutica. La naturaleza resplandeciente, pero mínima, de la exposición refleja la promesa de la medicina occidental. Ambas emanan una prístina esperanza, pero cuando se lee la letra pequeña —o, en este caso, el comunicado de prensa— ninguna inspira optimismo.
Por cada dólar que las empresas farmacéuticas gastan en la investigación y el desarrollo de un nuevo medicamento, gastan 19 dólares en su publicidad4. A escala, la mediana estimada del coste de investigación y desarrollo capitalizado por producto fue de 985 millones de dólares entre 2009 y 20185. Con entre 40 y 50 nuevos medicamentos aprobados cada año, eso supone más de 6000 millones de dólares anuales solo en publicidad. Según la nota de prensa, los rosas de obras como Untitled (Pain, Anxiety, Anxiety) [Sin título (Dolor, ansiedad, ansiedad)] (2020) se refieren a la desafortunada realidad de que las mujeres son “particularmente vulnerables a las campañas farmacéuticas que clasifican por género a sus objetivos, incluso cuando los médicos los diagnostican erróneamente”6 —la elección del color cliché apunta al sexismo rampante que sucede en la medicina occidental, que a menudo conduce a que el dolor de las mujeres sea mal diagnosticado, o no sea diagnosticado en absoluto—. Muchas de las obras de la exposición incluyen la palabra “ansiedad” en el título, un diagnóstico para el que los médicos suelen recetar fármacos en exceso (dados los innumerables ansiolíticos que hay en el mercado) mientras que no se adentran en las aguas más tumultuosas de abordar cualquier condición subyacente. Si la ansiedad es el recurso constante de los médicos para prescribir las píldoras de su arsenal, el color es el equivalente fiable que el Big Pharma utiliza para reponer ese manantial. La codificación por colores simplifica el marketing de las marcas (la “pastillita azul” es un eufemismo familiar), ayuda a los pacientes de edad avanzada a evitar una sobredosis accidental y vende estéticamente un estado de ánimo, pero la asignación precipitada de un color a un consumidor sin pretensiones podría tener efectos adversos. Con más de 80 000 combinaciones de colores disponibles hoy en día en el mercado7, hay mucho espacio para la diseminación descuidada de envases seductores y decorativos —como el aura brillante rosa al estilo de Lite Brite que resplandece alrededor del perímetro de las “píldoras”, por lo demás anodinas, de Untitled (Anxiety, Three Missing Doses) [Sin título [ansiedad, tres dosis olvidadas] (2020)— que no dedican mucho tiempo a explicar lo que estas vibrantes cápsulas hacen realmente una vez que bajan por el gaznate.
La perniciosidad de la industria farmacéutica a la que se refiere la exposición contrasta con la sensación general de ligereza y minimalismo de las construcciones recubiertas de caramelo de Fishman. La sorpresa llega cuando la niebla azucarada se desvanece de forma drástica, como si se tratara de la bajada de un subidón. Fishman manipula intencionadamente nuestros sentidos, revelando el luminoso canto de sirena del Big Pharma, y luego juega con el final de nuestros nervios. Love Letter to L.A. desenterró el latigazo cervical físico y mental que los medicamentos recetados infligen a una creciente población de usuarios dependientes y a un extenso reguero de mujeres mal diagnosticadas que pagan demasiado dinero para reponer recetas equivocadas.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla número 25.