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A casi todas las figuras planas, predominantemente femeninas, de Elegies [Elegías], la reciente exposición de pintura de Becky Kolsrud en el JTT, les falta algo vital: pies, cabezas, rostros, torsos. En Inscape (Three Graces) [Paisaje interior (Tres gracias)] (2021) un trío de formas andróginas con pocos contornos, salvo los generales, se sitúan tranquilamente sobre tres capas aplanadas de cielo, vegetación y suelo a cuadros azules y negros. Las figuras no tienen rasgos faciales, salvo un ojo ciclópeo desproporcionadamente grande cada una. Los ojos no son del todo suyos, sino que forman parte de una tríada gráfica de ojos, fosas nasales y bocas generalizadas que se ciernen sobre el resto de la escena. Los rasgos igualmente generalizados de Inscape (Face/Figures) [Paisaje interior (Caras/figuras)] (2021) levitan sobre tres formas humanas azules que emergen del agua. Dos de los tres cuerpos giran la cabeza para mirar al espectador mientras se dirigen hacia el horizonte iridiscente. Temporalmente, es difícil localizar dónde están o de dónde vienen; los tres parecen a la vez clásicos (en su simplicidad formal) y extraterrestres (en su piel azul iridiscente). Este cuadro, en particular, recuerda a las portadas de libros de ciencia ficción de los años 70 y 80, en las que los mundos se iluminan con el suave resplandor de visiones postapocalípticas. ¿Son viajeros en el tiempo procedentes de un pasado antiguo o provienen de un futuro cercano? ¿Sus distorsiones fisiológicas se deben a algún acto violento o han evolucionado hacia alguna especie imprevista?
La marca de tiempo de estas escenas es también maravillosamente extraña, presagiando un futuro inquietantemente silencioso y desprovisto del Homo sapiens que conocemos, aunque las imágenes recuerden la estructura episódica y los prólogos en forma de retablo de la tragedia griega. Escenificados dentro de un mundo ajeno a los humanos, los entes aquí son clásicamente esculturales. A veces, su solemnidad humorística recuerda a los cuadros de la difunta Joan Brown, en los que la artista lleva causalmente un pez gigante o nos mira con un telón de fondo de dioses y jeroglíficos egipcios. También hay indicios del surrealismo quijotesco y cotidiano de Brown, tanto en el aplanamiento de las formas como en la fusión de los personajes con otra materia. En particular, las “dríades” de Kolsrud —criaturas mitad humanas y mitad cipreses— están atrapadas en este mundo y salpican el espectáculo como si fueran miembros de un coro griego. En el mayor de los tres cuadros de las dríadas, titulado The Chorus [El coro] (2021), unas rocas grises se elevan en un vasto paisaje marino, emergiendo como montículos de aguas representadas como gruesos semicírculos azules. En lo alto de cada masa redondeada, los híbridos arbóreos-humanos se asoman en silenciosa observación. En el centro de la pintura, una persona en decúbito supino se encuentra a la deriva dentro de una embarcación con forma de ataúd, quizás el último vestigio de una era verdaderamente humana.
Las cosas también se quedan varadas en otros lugares. Inscape (Relic) [Paisaje interior (Reliquia)] (2021) representa un pie incorpóreo que lleva una especie de bota transparente de tacón alto. El pie calzado es el único ocupante de esta obra, que se mantiene inmóvil sobre la tierra firme en los parches de hierba verde. Una línea de horizonte baja subraya la inmensidad que rodea al pobre apéndice perdido. Cerca de allí, la instalación pictórica Three Graces [Tres gracias] (2021) escenifica otra forma de aislamiento. La obra reúne un gran lienzo que representa tres formas parecidas a las de un maniquí y varias docenas de esculturas de pies de tamaño natural que también llevan tacones transparentes. Fabricados con Hydrocal, pintura y plástico, esta amalgama de pies pone de manifiesto la realidad segmentada de los náufragos y los seres varados en el universo de Kolsrud. En obras anteriores, Kolsrud encerraba a los personajes detrás de vallas de alambre; aquí, los arroja a la orilla dentro de una inmensidad casi cósmica, dejándoles que disciernan la realidad de nuevo en el aislamiento.
El color es clave para lograr la atmósfera desestabilizada y atemporal de Kolsrud. Los azules voluptuosos oscilan entre el color de una oscura noche sin estrellas, un benévolo día soleado y los gradientes de tonos más claros de un gran cielo de poniente. Un lustroso rosa diurno enciende el cielo en Inscape (Dryad) [Paisaje interior (Dríade)] (2021), el cuadro que presenta la mayor figura de árbol con patas. En dos cuadros que flanquean a esta gran dríade, el mismo tono rosa ilumina dos cráneos, haciéndolos parecer resplandecientes por la radiación o iluminados por el sol de este iridiscente no-lugar. En otro sitio, cúmulos en forma de píldoras revolotean en Inscape (Clouds) [Paisaje interior (Nubes)] (2021) flotando alrededor de un rectángulo azul, en parte marino y en parte celestial. El rosa vuelve a formar un borde limpio alrededor del azul. Observar la extraña horizontalidad de la composición, con su borde brillante y sus masas infladas rodeando un paisaje flotante, es casi como mirar el salvapantallas de un viejo monitor de ordenador. De repente, el mismo color rosa que podría haberse asociado con la señalización de neón de los años ochenta evoca ecologías fosforescentes no humanas o el brillo de un tono arrancado del ámbito digital —otro detalle que hace que los estados temporales de las escenas sean difíciles de precisar.
Las nuevas pinturas de Kolsrud, de carácter pastoral, hímnico, melancólico y orientado hacia el futuro, consiguen dar la sensación de ser antiguas y urgentes en sus imaginaciones especulativas. Mientras veía esta exposición, sentí la soledad colectiva y personal de este último año, pero también el conocimiento de que, como seres humanos, llegaremos a nuestro final. Me sentí un poco como si hubiera entrado sin saberlo en un ruedo de figuras que han venido a recogernos, llegadas de un futuro no tan lejano, no para advertirnos, sino para asegurarnos que nuestro tiempo se ha acabado. Es hora de irse. Coged solo lo necesario. Hay una sorprendente calma en los humanoides de Kolsrud, como si hubieran encontrado la tranquilidad en este estado y lugar alterados. Se han quitado de encima el peso de la historia, aferrándose solo a sus fragmentos —algunas pantallas de ordenador envejecidas, un poco de Atenas—, pero en última instancia han encontrado una inesperada ligereza en sus evolucionadas formas de vida. Las figuras azules sin rasgos de Inscape (Face/Figures) ya se han transformado más allá de nuestra simple condición carnal; nos devuelven la mirada desde un tiempo cercano, un futuro posthumano, quizás invitándonos a unirnos a ellos.
Anthony Hawley es un artista multidisciplinar y escritor afincado en New York. Recientemente ha presentado exposiciones individuales y películas en la serie Works & Process del Museo Guggenheim y en Residency Unlimited (Brooklyn). Sus escritos sobre cine y arte aparecen regularmente en The Brooklyn Rail, Artforum, Hyperallergic y frieze. Es autor de dos libros de poesía y de dear donald…, un libro de artista de próxima aparición.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla número 24.