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Aunque el significado exacto puede variar dependiendo del contexto, el término glitch (fallo) siempre apunta a un problema. Es un fallo técnico fugaz; un error que no se detecta. Para la mayoría, el glitch es un incordio. Para la curadora y escritora Legacy Russell, el glitch es una invitación gloriosa y el tema de su recién estrenado debut literario, Glitch Feminism: A Manifesto [Fallo del feminismo: un mani esto]. Russell define el glitch como una estrategia creativa formada por y para las comunidades de color, queer, trans y de género no binario que son oprimidas de forma sistemática por las fuerzas heteropatriarcales del capitalismo blanco. En un ensayo de 2012 titulado “Digital Dualism and the Glitch Feminism Manifesto” [“Dualismo digital y el mani esto del fallo del feminismo”] escrito para la revista online The Society Pages, Russell desarrolla su interpretación del término, y crea una visión global donde el espacio online puede ofrecer las llaves a la liberación.
El artículo original de Russell se fundamentaba, parcialmente, en un ensayo de 2011, también para la revista The Society Pages, del teórico Nathan Jurgenson, en el cual acuñaba la expresión de “dualismo digital”. Para Jurgenson, el término describe una creencia cultural en la existencia de una separación entre los espacios online y los de la IRL (“vida real”, por sus siglas en inglés) —entendiendo el mundo digital como “irreal” en contraste con el mundo físico—. Jurgenson arremete contra la idea de que nuestras personalidades online sean construcciones independientes, carentes de autenticidad, sin ningún impacto sobre nuestras vidas reales, y, por el contrario, las señala como facetas actualizadas de nuestra personalidad. Señala estos desplazamientos al reemplazar IRL por AFK (“alejado del teclado”, por sus siglas en inglés), dando a entender que existe una continuidad entre lo digital y lo físico1.
La crítica de Jurgenson insufló ánimo a las reflexiones de Russell sobre el juego digital y la autoactualización. Nacida y criada en la ciudad de Nueva York, Russell pasó sus años de estudiante deambulando en internet “como un Orlando digital, cambiando de forma, viajando en el tiempo, follando entre géneros según le apeteciese”2. Internet le daba cancha para sus experimentos, y fue capaz de estirar los límites de su condición como negra, queer y femenina de maneras que no habrían sido posibles si hubiese estado alejada del teclado.
Al combinar su memoria con las teorías feministas negras, el libro de Russell describe paralelismos entre los errores tecnológicos y la manera en la que se codifica a las personas como “defectuosas” cuando no están dispuestas a adaptarse a la cultura hegemónica. El glitch aparece como un marco político, un término elástico que se usa para describir una revuelta contra el statu quo. Es rechazo, incumplimiento, avería. El libro nos reta a que abracemos las fallas que disgustan a los sistemas de raza, género, sexualidad, clase, capacidad y demás. Internet juega un papel esencial en la aceleración de estas rupturas deliberadas, ofreciendo un extenso foro para albergar nuevos mundos y futuros: “El fallo del feminismo exige la ocupación de lo digital como herramienta para construir el mundo”3.
A pesar de la veneración que siente Russell hacia las posibilidades que brinda el mundo online, Glitch Feminism nos recuerda que los mismos sistemas opresivos de obsesión binaria, que campan sin control en el mundo AFK —antinegrura, sexismo, transfobia, homofobia, fobia a las personas con discapacidades—, también se han extendido en la esfera digital. Va más allá de las visiones utópicas del 90 % de las ciberfeministas, como puedan ser Sadie Plant y VNS Matrix, que buscan trascender los límites impuestos por el patriarcado y el sexismo a través de la intersección del arte y la tecnología. Los esfuerzos que llevaron a cabo en pos de un internet liberador se vieron empañados por sus propias exclusiones: al centrarse en la femineidad blanca cis, marginaron todavía más las experiencias cibernéticas de las personas queer, trans y de color4. Por el contrario, Glitch Feminism presenta el mundo online como un complicado espacio intermedio que cuenta con la capacidad tanto para la revolución como para la opresión. El glitch nos recuerda que, aunque podemos usar lo digital para configurar nuestros sueños de libertad, no podemos ignorar a las fuerzas hegemónicas que diseñan esos mismos sistemas tecnológicos.
El potencial radical del internet de la década de los 90 ha sido reemplazado por plata- formas corporativas amañadas para recolectar nuestros datos y controlar nuestras búsquedas. Estas corporaciones fingen neutralidad y objetividad en sus procesos algorítmicos, con momentos de agrante racismo o sexismo que quedan descarta- dos como “errores”. Los Face- books y los Googles quieren hacernos creer que sus herramientas son algo externo a sus procesos. Pero, tal y como expresa la investigadora y profesora Sa ya Umoja Noble en su libro Algorithms of Oppression [Algoritmos de opresión] (2018), estos errores “demuestran cómo el racismo y el sexismo son parte de la arquitectura y del lenguaje de la tecnología, un tema que requiere de atención y remedio”5. Lo que es más, cuando dedicamos una mirada a los prejuicios imbuidos en la tecnología, no deberíamos estancarnos en escrutar los prejuicios de individuos como Mark Zuckerberg, compañías como Amazon o “herramientas” como el software de reconocimiento facial. Necesitamos llevar a cabo una reflexión sobre las condiciones sociales que permiten esas desigualdades. Además de Algorithms, otros libros recientes como Race After Technology [Carrera tras la tecnología] (2019) de Ruha Benjamin y Dark Matters [Materias oscuras] (2015) de Simone Browne establecen una conexión entre los sistemas tecnológicos discriminatorios y una historia americana más amplia de vigilancia y antinegrura.
Russell no dedica demasiado tiempo a desembalar estas dinámicas, sino que sitúa su teoría dentro de un paisaje digital tergiversado por los prejuicios del sector tecnológico. Cada clic significa algo: “Conectado y desconectado, las casillas que marcamos, los formularios que completamos, los per les que construimos: nada es neutral. Marcamos cada parte de nosotros con una X”6. ¿Qué podría hacer un glitch? Cortocircuitar el asunto al completo. Russell se siente especialmente interesada en cómo el glitch puede expandir nuestra manera de entender el cuerpo, especialmente en su relación con la raza, el género y la sexualidad. En lugar de elementos de acción pormenorizados, cataloga la forma en que su teoría opera a través de una gama de prácticas creativas “que nos ayudan a imaginar nuevas posibilidades de lo que puede hacer un cuerpo”7. Si no somos capaces de sacarnos de los sistemas que dominan nuestra existencia, lo mínimo que podemos hacer es agitar las estructuras dominantes hasta que sus mecanismos se vuelvan obsoletos. De esta manera, el glitch tiene más sentido como una metáfora de la rebelión —llamando a la ruptura de los sistemas de conexión y desconexión que nos llevan hacia concepciones rizomáticas del cuerpo.
Tal y como explicó Russell en la revista online Topical Cream: “El glitch es un tema de interés para mí porque los fallos mecánicos nos fuerzan a pensar sobre el espacio que hay entre cuerpo y máquina… Nos hace pensar acerca de cómo nuestros cuerpos son, o no, capaces de operar a través de distintos sistemas”8. En el pasado he idolatrado la brecha entre cuerpo y máquina. Aunque propio de nuestra existencia en el siglo XXI, este énfasis exagerado en la división articula una historia de binarios social- mente impuestos, de lo espiritual y lo físico, de lo blanco y lo que no lo es, de lo masculino y lo femenino. Para Russell y muchas otras, lo binario es un código hakeable, un sistema pasado de moda que causa más problemas de los que resuelve. En un llamamiento al rechazo de sus maquinaciones, describe el “en medio” como la cruz de nuestra existencia. Habitar en la lógica del error significa deleitarse en la multiplicidad, convirtiéndose en un “conducto a través del cual el cuerpo se dirige hacia la liberación”9.
Russell posiciona sus debates sobre el glitch junto a las obras de un listado de artistas interdisciplinarias contemporáneas, que van desde E. Jane y Shawné Michaelain Holloway hasta Sondra Perry y Anaïs Duplan. Las artistas destacadas por Russell levantan un robusto andamio alrededor de su mani- esto, ofreciendo ejemplos de prácticas creativas formadas a partir de la porosidad fallida del ciberespacio. Por ejemplo, en su capítulo “Glitch Throws Shade” [“El fallo arroja sombra”], Russell presenta a la artista, escritora e intérprete Juliana Huxtable como alguien que ha pasado los últimos años moldeando y remoldeando nuestras ideas sobre la identidad y la expresión a través de autorretratos irreverentes, la impresión de textos de inyección de tinta y la poesía. Como ejemplo reciente, mirad su Ari 2 (2019), un autorretrato de su exhibición en solitario en el Galería de Bellas Artes Reena Spaulings. Bañado en un decadente Technicolor, el retrato muestra a Huxtable como una figura sirenesca recostada seductoramente en una silla, como si la hubieran pillado en medio de un strip tease. Su espalda aparece decorada con dispares estampados animales y, a través de la manipulación digital, sus piernas se arremolinan en una gruesa cola de serpentina que domina la parte inferior de la impresión.
Otros retratos de la exhibición en la Spauling muestran a Huxtable como un ser mitad vaca o mitad murciélago, imágenes que hacen referencia a la subcultura furry y, en particular, a su práctica de manufacturar identidades animales personalizadas (“fursonas”), que suelen representar la forma de avatares online10. Lo que atrae a Huxtable de la subcultura furry es su interés en los animales antropomór cos que expresa un fértil espacio intermedio donde los límites de los arquetipos sociales “naturales” se ponen a prueba pícaramente. De forma similar, las fursonas de Huxtable buscan socavar nuestras definiciones de raza, género e intimidad11.
Al hacer uso de los materiales de internet para empujar al cuerpo hacia extremos disparatados, Huxtable hace una sátira de nuestras reprimidas expresiones de identidad y formas de ser. Sus fursonas sacan partido de las ansiedades que giran en torno al concepto binario de civilización y barbarie, y que tienen sus raíces en los mismos temas rutinarios de género y raza criticados por Russell. Haciéndose eco de las exigencias reivindicadas por el glitch feminista, que buscan el desmantelamiento y la reescritura de nuestras ideas sobre el cuerpo, las fursonas de Huxtable son (tal y como ella escribió en un reciente comunicado de prensa) “UNA INVITACIÓN A ASESINAR LA /ROMÁNTICA/ PURITANA / COHESIÓN DEL /DEL CUERPO”12.
Una artista, no mencionada en el libro de Russell, que personifica el glitch es la artista, teórica y escritora conceptual multimedia Mandy Harris Williams. Su cuenta de Instagram @idealblackfemale trastoca el vagabundeo “estetizante” al que animan las redes sociales, e investiga no solo las imágenes que se nos ofrecen, sino también lo que nos gusta, comentamos y compartimos. Hace unos años, Williams comenzó a darse cuenta de las brechas en su explore page de Instagram: las mujeres de piel oscura descendientes de africanos quedaban elimina- das de forma rutinaria de la alimentación de su algoritmo. Esto condujo a Williams a crear el hashtag #BrownUpYourFeed (“marroniza tu alimentador”).
Uniendo microensayos sobre las redes sociales que difuminan lo crítico y lo confesional junto a imágenes que van desde selfies hasta textos extraídos de memes, Williams pone de relieve lo que compañías privadas como Instagram intentan esconder. Sus intervenciones plantean constantemente la pregunta, tal y como lo expresa ella: “¿Cómo hace la historia de los algoritmos para contarnos lo que es aceptable; lo que es popular; lo que es deseable; lo que es significativo; lo que merece atención?”13 Williams desmonta la maquinaria, llegando a habitar lo que Russell denomina “un motín en la forma de una ocupación estratégica”14.
Russell sostiene que el espacio online proporciona una abundante panoplia de “yos”, personas y avatares que unidos ofrecen un mundo alternativo en el que el “yo” se encuentra en una constante metamorfosis. Aunque admite que los espacios digitales son imperfectos, cree que “las comunidades online pueden crear un espacio desde el que contestar al tóxico tema recurrente del concepto binario de masculinidad/femineidad”15 y otras construcciones hegemónicas. Celebrar la identidad como un movimiento de multiplicidad es rechazar el género del cuerpo como un receptáculo clasificable. Rechazar lo binario implica un proceso de desmaterialización o una voluntad de trascender el cuerpo normativo. Este proceso comienza con el glitch ya que “empuja a la máquina hasta el punto de ruptura al negarse a funcionar para ella, rehusando mantener su ficción”. Russell prefería antes someterse a un “marco(s) de fallo”16 en el que el “yo” tiene espacio para “llegar a ser” libre de amenazas y miedos. Enfocar lo digital como un espacio para la construcción imaginativa de mundos ayuda a abstraerse del género y, por lo tanto, de los sistemas empeñados en determinar lo que un cuerpo puede hacer.
Glitch Feminism alcanza su punto álgido en estos momentos, cuando Russell revela el concepto binario de género como una “interpretación económica”, asignando el más alto valor a aquellos que “trabajan bajo su coacción” sin hacer preguntas ni quejarse17. De la misma manera que comenzamos a entender las corporaciones de redes sociales como herramientas infames para la ganancia económica, necesitamos igualmente percibir el género como una tecnología discutible empleada para recibir beneficios. Nuestros intentos por clasificarlo y codificarlo (mediante actitudes, vestimenta, leyes, formularios online, etc.) limitan severamente el ingente potencial de expresiones y relaciones. De esta manera, un ataque contra el género sirve, a su vez, de ataque contra los sistemas económicos que lo refuerzan y potencian. Aunque puede que Glitch Feminism llegue algo tarde a abordar unas conversaciones que llevan años en marcha, el texto ofrece un mapa introductorio para aquellos que anden buscando la forma de piratear los códigos automatizados del “ser”.
En el estreno de la versión virtual del libro Glitch Feminism, organizada por MoMA PS1 y Verso Books el 29 de septiembre, una de las panelistas, la escritora y candidata al doctorado en Sociología Zoé Samudzi, citó una frase profética de “Racialized Fantasies on the Internet” [“Fantasías racializadas en internet”], un ensayo de la escritora y académica Christina Elizabeth Sharpe: “La realidad virtual de la raza en el ciberespacio empieza a exponerla como una construcción virtual en la vida real”18. Este sentimiento resuena a lo largo de Glitch Feminism: al crear problemas entre las líneas que existen entre el cuerpo y la máquina, Russell afirma que la máquina es una extensión de nosotros mismos. Siempre nos han dirigido los sistemas sociales. En la visión utópica de Russell sobre el glitch, nombrar lo que no es auténtico, lo que no es real del vivir es el primer paso hacia una libertad construida sobre el error y la revuelta.
Esta reseña se publicó originalmente en Carla issue 22.